miércoles, 2 de abril de 2014

EA XVII: Coincidencias

El Dr. Reiniger despertó muy temprano aquella mañana para poder realizar su rutina de ejercicios como todos los días, antes de atender sus obligaciones diarias. Aunque la diferencia de ese día era precisamente que lo que tendría que hacer algunas horas después no tendría nada de ordinario ni de rutina. Intranquilo y sigioloso para que su esposa no despertara prematuramente, se puso unos pantalones cortos y una playera sin mangas, se amarró los tennis y salió al parque más cercano.
Seis de la mañana exactamente y comenzaba con sus ejercicios de calentamiento mientras pensaba en que probablemente sería el reto más grande de su vida, no sólo por su dificultad, si no porque el prestigio y quizá la libertad de él y de sus grandes amigos estarían en sus manos.

     -Esta mañana, en radio 66.6, les presentamos los éxitos de hoy y de siempre, estaremos con usted hasta la una de la tarde...- encendió el radio en su dispositivo neural para acompañar su caminata y despejar un poco su mente. Daría unas cuantas vueltas al parque y regresaría para preparar el desayuno para él y toda su familia, como siempre lo hacía.

Una vuelta. Se sentía bien y hasta un poco motivado a realizar la cirugía de su vida: reparar los tejidos cerebrales de un paciente en coma con sectores saludables de otro paciente que llevaba casi 48 horas muerto. Dos vueltas. Sería difícil pero no imposible: no había pasado casi la mitad de su vida estudiando y realizando complicadas simulaciones en realidades virtuales que lo prepararon para ese momento. Tres vueltas. ¿Sería el hambre o el temor lo que gruñían en su estómago?. Última vuelta: la música rítmica y alegre le ayudarían a completar el circuito final.

Se sentó en una banca a lado de unos matorrales para secarse el sudor de la frente con la playera. En ese momento se lamentó profundamente haber olvidado su botella de agua, así que cerró los ojos y respiró hondo para calmar su ritmo cardíaco y poder volver tranquilamente a casa, cuando escuchó ruido entre las plantas a unos centímetros de él a pesar de tener la interfaz neural encendida: la apagó.

     -¿Quién anda ahí?- Inquirió mientras volteaba a todas partes de donde pudo haber salido el ruido.

Nadie contestó, debió ser su imaginación, así que se levantó a estirar sus muslos en el respaldo de la banca. Sintió una punzada en el cuello y volteó.

     -Shhh... Voltéate, voltéate... ¿Qué aprecias más?, ¿Tu vida o tus pertenencias?- Le preguntó con toda la tranquilidad una voz ronca y rasposa. Estaba siendo víctima de un asalto, a punta de cuchillo.

Nunca se había encontrado en una situación tan vulnerable. Su corazón latía al mil y millones de ideas inundaron su cerebro en un segundo. Tenía un plan: voltearse, dejar sus cosas y contraatacar en cuanto el criminal bajara su arma.

     -Está bien, está bien... voy a sacar todo de mis bolsillos y lo voy a dejar sobre la banca...- Le contestó mientras alzaba los brazos en señal de rendición.
     -Así me gustan... sumisos y obedientes...- Le replicó en tono de burla.

Reiniger vació sus bolsillos y se dio la vuelta. El asaltante no pareció importarle que lo viera, ya que llevaba un pasamontañas, aunque llevaba los brazos cubiertos de tatuajes con los que podría ser identificado. Reiniger sabía que era su oportunidad cuando el delincuente le dio la espalda, así que en cuanto separó las piernas para correr, le dio la patada más fuerte que pudo en la entrepierna y lo dejó en el suelo, retorciéndose de dolor.

     -Así me gustan a mi... chillones...- Le devolvió la burla y se agachó: iba a propinarle una paliza y recuperar sus cosas.

En eso, el delincuente pensó rápido y se aprovechó de algo que el médico no vio: jamás soltó el cuchillo y con un movimiento rápido hundió el cuchillo en el abdomen, haciendo un corte profundo y horizontal, tiró su arma al suelo, se apoyó en él y salió volando de la escena.

Reiniger cayó al suelo, momentáneamente en shock ante la sorpresa y al caer al suelo una oleada de dolor enceguecedor le empañó la vista. Gritó todo lo fuerte que pudo y luego ya no pudo ni respirar ante la agonía del mar de sangre que se le escapaba por la herida.

Apretando los dientes de dolor intentó tapar su herida con la palma de su mano derecha e intentar llamar a alguien con su interfaz neural, cuando sus ojos llorosos vieron algo que lo reconfortó: alguien se acercaba hacia él. Probablemente aquél hombre que se acercaba -también con el rostro cubierto con un pasamontañas, pero definitivamente otro distinto a su agresor- podría ayudarlo a sobrevivir.

Aquél hombre se arrodilló ante él, pero en vez de socorrerlo de inmediato, primero se sacó el pasamontañas de golpe y luego se arrodilló ante él.

    -No te mueras, no te mueras...- Intentó detener la hemorragia con unos dedos enfundados en guantes negros de piel.
     -Tú...- le contestó con extrema dificultad y una voz que se quebraba ante el dolor y el terror.
     -¡No, tú!... Sé muy bien lo que hiciste... ¡No te puedes morir, malnacido!... No sin que sea a mi modo- Aquél hombre desenfundó una pistola con silenciador de la sobaquera bajo su brazo izquierdo y la empuñó contra su frente con manos temblorosas.

Habían pasado tanto tiempo que pensó que ya lo había olvidado y quizás perdonado, pero ahora ya nada de eso importaba. Iba a morir en la víspera de la operación más importante que pudo haber realizado y lo sabía, no había nada que hacer cuando jalara del gatillo. Cerró los ojos y tensó todos los músculos de la cara ante el inminente final.

Y efectivamente, jaló del gatillo, pero en vez de una detonación seca y ahogada lo único que escuchó fue un chasquido.

     -¡Me cago en la puta!- Exclamó con rabia su agresor. Un grito que bien se pudo haber escuchado hasta el fin del mundo.

Frenéticamente intentó desarmar el arma para desatascarla y en su desesperado afán no se dio cuenta cuando una patrulla se aparcó justo a lado de él, en la orilla del parque.

     -¡Quieto!... ¡Tira esa arma!- Le gritó un agente mientras salía del vehículo.
     -Yo no... yo sólo los vi... -respondió aquél sujeto con voz temblorosa, soltando el arma y poniendo las manos en alto en señal de rendición- Está atascada...
     -Él... él fue...- replicó Reiniger con su último hilo de voz y cerró los ojos.
     -Maldito...
   


***






miércoles, 20 de abril de 2011

EA XVI: La suma de las corrientes


De golpe, la euforia provocada por el Resignotol desapareció. Comenzó a sentir los párpados más pesados cada vez. Cada latido iba más rápido y más fuerte que el anterior, como si su corazón luchara por seguir latiendo con mayor desesperación. La respiración también se volvía más trabajosa, como si una mano invisible se cerrara sobre su traquea. Adormecimiento en la mano izquierda; un calambre fortísimo en todo el brazo, como nunca lo había sentido y del dolor selló los ojos en una mueca de intenso sufrimiento. Un golpe en la nuca y luego nada: la completa insensibilidad.

Permaneció con los ojos cerrados lo que parecieron días enteros, intentando abrirlos sin éxito alguno. Hacía mucho calor. Le calaba la piel de la espalda y una luz muy intensa le lastimaba los ojos a través de los párpados. Intentaba ponerle sentido a la situación cuando sintió un pequeño peso en el torso; unas patas que le recorrieron el costado y un leve arañazo en la mejilla izquierda que le obligó a abrir los ojos, solo para observar un par de ojos grandes, expresivos, verdes y de pupilas verticales escrutándolo a escasos centímetros.

Se puso de pie trabajosamente luego de estar en posición fetal porque tenía el brazo derecho dormido y el izquierdo aún entumido. Todo a su alrededor era desierto: Arena hasta donde le alcanzaba la vista. El intenso calor, la boca seca, el aire asfixiante y el color del gato negro contrastando con lo pálido de la arena. Era un escenario surreal.

     -Ese Resignotol si que está bueno… -se dijo a si mismo, jugando con su pelo enmarañado- nunca había tenido una alucinación tan real… -y era verdad. Todas las sensaciones eran tan vívidas que le costaba trabajo discernir si era en verdad era producto de su trastornada imaginación.

El gato se acurrucó a sus pies y lo observó fijamente, como queriendo decirle algo y no sabiendo como. Recorrió sus pies ronroneando y meneando la cola, luego maullando agresivamente y comenzó a arañarle la pierna, desprotegida por lo corto del short.

     -¿Ah, qué diablos haces?-le dio una patada para guardar distancia, pero el gato erizó su lomo y se le abalanzó encima aferrándose a la piel de su muslo derecho haciéndolo sangrar. 

Como pudo zafó al animal y comprobó con todo el asombro del mundo que la herida era completamente real; la sangre fresca empapó sus dedos y se comportó exactamente de la misma manera en que lo hacía siempre, jugó con unas gotas entre su pulgar y su índice y lentamente se secó formando una costra. No ocurrió nada raro, la sangre no cambió de color ni le habló. Estaba muy claro que no era producto de las drogas.

     -Si esto es real… ¿Dónde estoy?... ¿Estoy muerto?- dijo hablando consigo mismo.

El gato dio un maullido largo fuerte pero no se fue. Sólo se sentó a unos centímetros y comenzó a lamerse el cuerpo despreocupadamente.
Sus casi nulos conocimientos –y su incredulidad- de temas sobrenaturales le hicieron cuestionarse el lugar en el que estaba. Había leído libros viejísimos que hablaban de un Dios vengativo que estaba dispuesto a mandar a un lugar llamado infierno a todos aquellos que desobedecieran su mandato y lo negaran como jefe supremo de todo lo existente, pero jamás creyó demasiado en ello. En noches solitarias y de aburrimiento había leído que aquél lugar estaba reservado para aquellos que no merecían el perdón por sus actos y ahí les aguardaba un tormento eterno. Siempre creyó que todas esas doctrinas no eran más que pura mitología, sin embargo aquél lugar encajaba bastante bien con la descripción arcaica del infierno.

El felino comenzó a maullar con más y más insistencia para llamar su atención. Lanzó otro zarpazo a su pierna y echó a correr unos metros. Se detuvo a descansar a la sombra de una duna y a proseguir con la limpieza de su negro pelaje que parecía ensuciarse con enorme facilidad con la arena.

     -¡Maldito gato, me vas a dejar la pierna como pergamino!...

Corrió a pesar de las incomodidades para darle alcance al gato, sin embargo éste no se movió ni cuando fue tomado por el pellejo del cuello.

     -Ahora si, maldito animal... Voy a disfrutar torciendo tu cuello...

Sin embargo el felino lo miró fijamente, casi con una mirada hipnótica. Alzó la pata superior derecha y lanzó un maullido casi humano, como señalando algo. Él sabía entender las señales, así que volteó para ver una palmera y un banco de agua, perfecto lugar para aliviar la sed que estaba a punto de acabar con el.
 
    -Parece que no eres tan malo, ¿eh?- Le dijo al gato con una gran sonrisa y lo dejó con cuidado en el suelo.

Corrió al pequeño oasis a toda velocidad y se detuvo a la orilla a beber un poco de agua. Era tan increíble pero tan hermoso: el agua estaba en su punto perfecto, tan clara y tan fresca. Hizo un pequeño caso con sus manos abiertas para colectar un poco y los dedos se le llenaron de infinitos granos de sílice nada más. Revisó un poco más hondo y lo mismo ocurrió. Decidió darse una zambullida y acabó con la cara en la ardiente arena.
     -¡Maldición; un espejismo!- Se puso de pie y dio una patada a la gran duna. El gato lo miraba fijamente a la sombra de un cactus cercano.
Al revolver la arena descubrió un trozo de madera de lo que parecía roble, con un cristal transparente y esférico en la punta. La curiosidad hizo que lo desenterrara en su totalidad para descubrir que en efecto era un báculo de madera de más o menos 2 metros de largo con un cristal azul marino como del tamaño de su puño, tenía un mango anormalmente grande y tenía grabados unos símbolos que nunca en la vida había visto.
     -¿¡Qué demonios!?... ¡Esto está más grande que yo!- lo empuñó con bastante trabajo, preguntándose de donde habría salido.
Su fabricación evidentemente requería un grado bastante considerable de civilización, pero su tamaño lo incomodaba bastante; se preguntaba qué era lo suficientemente grande para utilizarlo como báculo. Se puso a golpear el montículo de arena de manera aleatoria y desorganizada, como un niño que jugara con una desproporcionada espada de madera, cuando golpeó algo duro enterrado. Esta vez no fue el único en sentir curiosidad, pues hasta el gato se acercó a ver qué desenterraba esta vez.
Se trataba inconfundiblemente de la parte de arriba de un cráneo roto con algunos restos de piel y pelo en franca descomposición. Jirones de pelaje sarnoso y negro adheridos débilmente a los contornos del ojo seco y hundido. Un gusano salió de lo que quedaba del hocico sugiriendo que no llevaba demasiado tiempo de muerto. Lo tiró al suelo y observándolo de lejos se dio cuenta de su desproporcionado tamaño. Tan sólo ese pedazo del cráneo era más o menos del tamaño del suyo, lo cual le provocó aún más intranquilidad. El gato pareció no inmutarse a sus pies.
Ambos, el gato y él caminaron un poco para descansar a la sombra de una enorme roca. Se llevó el báculo consigo para ayudarse a caminar y hacer un surco en la arena y no caminar en círculos. La sed lo tenía exhausto y el gato parecía tan fresco como si llevara toda su vida viviendo ahí y ya estuviera acostumbrado. Tal vez al caer la noche se lo despacharía, si la situación se lo permitía.
Sin embargo no fue necesario. En ese preciso momento pasó a trote un grupo de gente uniformada de pantalones extremadamente abombados y chaqueta sin mangas color khaki. Parecía un pequeño pelotón de 12 personas; algunos armados con mosquetones tremendamente anticuados y otros aún con espadas al cinturón.
     -¡¡Eh... Aquí... Ayuda!!- Gritó con todas las fuerzas que tuvo, agitando el báculo para que lo vieran.
Uno de ellos lo vio y el pelotón entero fue en su auxilio.
    -Señor, ¿Puedo cuestionarle qué hace en medio del desierto, solo y con ese armatoste maldito en las manos?- le cuestionó el hombre que venía marcando el paso. Un hombre bastante alto y de barba cerrada y bastante crecida que le apuntaba al pecho con un mosquetón.
    -Eso es lo que quisiera saber yo... sólo “desperté” aquí...-iba a decir 'luego de un pasón de Resignotol', pero no le pareció apropiado- estaba siguiendo a aquél gato y creo que me perdí- señaló a la orilla donde estaba el gato, pero no había nada.
   -¡Suelte inmediatamente lo que trae en la mano!- aquél hombre dio un salto hacia el frente, dejándole la bayoneta al extremo del fusil casi rozándole la playera a la altura del corazón.
Ante la impresión alzó las manos y dejó caer el báculo y éste pegó en una pequeña roca, al rebotar soltó una luz enceguecedora y el estruendo ensordecedor que tiró a la mayoría al suelo, envolviéndolos con una nube de polvo. En cuanto pudo se puso de pie con mucho trabajo, porque le zumbaban los oídos y había perdido el equilibrio. El polvo se disipó y los soldados que habían quedado en pie, ya tenían sus armas desenvainadas y listos para atacarlo.
   -¡¡Perdón... no fue mi intensión!!-no escuchaba ni su propia voz-¿Todos están bien?...
Un soldado se le adelantó y lo derribó boca arriba, poniéndole el filo de la espada en el cuello.
   -¡Identifíquese de inmediato! ¿Es usted humano?...
   -Mi nombre es Montesco... George Montesco...-replicó con auténtico horror en la voz.
   -Lo llevaremos a las mazmorras del pueblo... ahí decidiremos que hacer.
Entre 3 soldados le amarraron las manos por detrás de la espalda y lo llevaron con ellos, confiscando el dichoso báculo. La roca donde había tomado la sombra con el gato era solo un montón de polvo y del gato no había quedado ni un pelo.

***

A la mañana siguiente, el señor Kozlov seguía visiblemente molesto por la patada que Zenner que le había acomodado la noche anterior y Zenner seguía en el hospital, esperando a que le reconstruyeran 3 dientes y la nariz, pues había aterrizado de boca al caer del primer piso; por lo que Marcus quedó a la cabeza de todo por un día. Aún quedaba que pensar qué hacer con el cadáver. El médico al cargo, el Dr. Reiniger había hecho la autopsia y amortajado el cuerpo a primera hora. Sin embargo, a falta de refrigeración empezaba a descomponerse lentamente en el sótano, igual que las esperanzas de que nadie se enterara.
Aún bastante intranquilo, Marcus se instaló en la oficina de Kozlov y mandó a llamar a Reiniger para que le diera los pormenores.
   -Afortunadamente la autopsia arrojó una sobredosis. Consumió un frasco entero de un solo golpe. Tenía un amplio historial por portación y consumo de neurotóxicos ilegales. El tipo era un adicto hecho y derecho. A lo sumo nos pueden demandar por no tener el acceso al Resignotol controlado.-le respondió el médico en voz tranquila -Incluso he llamado a la familia del joven, los señores Montesco, para que dispongan del cuerpo.
    -Muy bien, muy bien... pero aún tenemos otro asunto muy importante bajo la alfombra... ¿Qué tal va el paciente de la cama 3?
   -¿El comatoso?... Aún no ha dado señales de conciencia. Está siendo monitoreado a cada momento, aunque sus signos vitales permanecen estables, no hay signos de que haya despertado o que lo vaya a hacer pronto...- replicó el médico, jugando con sus dedos con nerviosismo.
    -Si no se despierta... ¿Qué medidas podríamos tomar?...
   -Podríamos, aunque es un tanto arriesgado, aprovechar las partes saludables de un donador para reemplazar las partes dañadas en el cerebro del comatoso... es un procedimiento experimental... cerca del 70% no sobrevive y el resto lo hace, pero con severas limitaciones...
   -Ya veo... suena razonable...

lunes, 8 de noviembre de 2010

EA XV: La suma de las tensiones

Esa noche Mr. Kozlov no pudo dormir. Anduvo toda la noche dando vueltas en la cama sin poder encontrar la tranquilidad. Toda su estabilidad económica dependía de que un pobre diablo regresara de un coma que el Resignotol había causado. Si no lograba salir impune tendría que conseguirse un buen equipo de abogados  -¡No… otra batalla legal!... recordaba perfectamente la que había perdido junto con su familia- para poder salir bien librado.

A pesar de contar ovejas y cambiar diametralmente de posición no pudo conciliar el sueño. Volteó a ver el reloj del buró y vio los ominosos números rojos marcando las 3 de la mañana. Era demasiado tarde para sedarse y muy temprano para empezar la rutina, así que decidió levantarse por un refrigerio y despejarse un poco la mente. Se puso un abrigo viejo y salió de la cama a desperezarse. Prendió la luz con un aplauso –le encantaba ese sistema- y se dirigió a la cocina.
Abrió el refrigerador y sacó lo necesario para hacerse un sándwich. Jamón, queso y un poco de mayonesa en pan blanco. También se sirvió un poco de vino tinto para calmar la taquicardia que ya comenzaba a atacarle. Ciertamente una combinación extraña para la hora, pero al menos tendría algo que hacer mientras amanecía y ponía sus ideas en orden.
Se tumbó en el sofá y desplegó una mesita muy práctica que guardaba bajo su asiento y puso ahí sus provisiones. Encendió la pantalla de pared a pared de su sala. El sonido estaba muy fuerte para la silenciosa madrugada así que con sólo mover el dedo meñique le bajó al grado de ser a penas audible. No había mucho que ver en la televisión nacional; anuncios en su mayoría (¿Necesita ayuda espiritual?... ¡Deposite en nuestra cuenta del banco y llame ya!... Soluciones milagrosas a problemas que oscilaban entre lo trivial y lo divino). 

Sintió la tentación de marcarle a sus socios cofundadores para explicarles de inmediato la situación pero recordó que ambos eran hombres de familia y se le hizo una descortesía interrumpirles el sueño para darles malas noticias. Marcus Flynn era padre de una pequeña pelirroja que destacó en el colegio desde que comenzó a leer; primer lugar de la clase por 5 años consecutivos y que además tenía un asombroso talento para la música. Friedrich Zenner a penas había encargado a su primer hijo; a diseño, como le gustaba todo. La ciencia ya era capaz (por un módico precio que no todos eran capaces de pagar) de crear un hijo a la carta y el pequeño Zenner sería una copia al carbón de su padre, pero mejorado. Sería alto, atlético, inteligente y con un carácter inquebrantable. Friedrich siempre fue un entusiasta de la modificación genética, incluso cuando aún era mal vista por los sectores más conservadores de la sociedad.

En el fondo, aunque habían sido amigos por años, Kozlov les tenía cierta envidia. A un principio, en su alocada juventud él era envidiado por sus camaradas por coleccionar conquistas, pero poco a poco la mayoría fue sentando cabeza y él seguía teniendo relaciones fugaces e inestables. Pensó que con Isolda sería distinto, pero lo echó a perder. Isolda… siempre terminaba pensando en esa mujer cuando su mente comenzaba a divagar. Siempre Isolda y lo que pudo ser: al hijo que no conoció. Siempre Isolda y luego una pastilla en un intento fútil por olvidar.

En la pantalla había comenzado una película muy vieja. Una mujer de traje amarillo de cuerpo completo con una franja negra en el costado hacía trizas a un gran número de oponentes con una katana, con una facilidad asombrosa. Volaban las extremidades, las tripas y las cabezas en un mar de sangre. A Mr. Kozlov le gustaban esos clásicos consumados aunque no lo admitiera en público. El filme terminó y ya comenzaba a salir el sol. Se preparó un desayuno rápido (porque un sándwich nunca era suficiente) y prosiguió a hablarles a sus amigos.

Convocó a una junta urgente ante el asombro de Marcus y de Friedrich. Aún más fuera de lo común porque sería en una pequeña oficina de la enfermería que ya casi no se ocupaba, sin cámaras y sin micrófonos. Pero todos aceptaron acudir aquella misma tarde.

-Bien, señores, no les voy a mentir. La situación es grave. Más de lo que me gustaría admitir, por lo que quiero que me juren absoluto silencio.

Se tensó el ambiente. Zenner y Flynn intercambiaron miradas. El médico, que presidia la mesa se aclaró la garganta y ojeó el expediente que tenía en las manos.

                -¡Vamos, Fedor!... ¿Qué puede ser tan malo?... ¿Ya no nos tienes confianza?- rompió el silencio Marcus, intentando sonar lo más natural posible y encendió un cigarrillo -… espero que no les moleste…
                -¡No es eso!... Es que esto nos pone en riesgo a los 3 e indirectamente a todos los que trabajamos en esta empresa-contestó con un tono melodramático.

Marcus dejó caer el cigarrillo en la mesa de la impresión y el detector de humo desplegó un cenicero donde lo dejó reposar y se tronó todos los dedos de un jalón. Friedrich entrelazó sus dedos sobre su regazo y el médico se preguntaba si era buen momento para comenzar a explicar la situación.

                -Se los diré sin rodeos y luego dejaré que el Dr. Reiniger les explique a todo detalle –jugueteó nerviosamente con su barba- Uno de nuestros internos cayó en coma luego de tomar la primera dosis de Resignotol…

Zenner, quien era el que había descubierto y desarrollado la sustancia activa golpeó la mesa con el puño derecho. Supo que a el se le achacaría toda la culpa y sería el primero en caer en caso de una demanda de los familiares del paciente. El párpado de su ojo derecho hizo un movimiento extraño que a penas pudo disimular.

                -¡NO PUEDE SER!...-gritó Friedrich- ¡Hice meses de pruebas con distintos mamíferos y con algunos seres humanos y jamás tuve problemas similares!... ¿Por qué ahora, después de 20 años…?- Ni siquiera tuvo la entereza para terminar su frase. Se quedó en silencio de la impresión.
                -No nos desesperemos caballeros… podemos argumentar que el problema fue el paciente-interrumpió el médico para intentar tranquilizarlos –Ahora les explico.

Desplegó unas imágenes holográficas en el centro de la mesa con el proyector del techo. Era el modelo a escala de una neurona humana y una molécula de la sustancia activa del Resignotol a un lado.

                -Como ustedes lo sabrán, cada organismo es totalmente diferente en cuanto a las capacidades neuroreceptoras se refiere. Algunos individuos procesan con facilidad las drogas –la molécula entró en contacto con la neurona y fue absorbida casi de inmediato-, mientras que algunos otros por desgracia les cuesta más trabajo –al terminar la primera simulación aparecieron otro cerebro y otra molécula. Esta vez la molécula se disolvía muy lentamente- como a nuestro paciente. Si los resultados de las pruebas que mandé a hacer esta mañana salen positivos, demostrarían que nuestro paciente es uno de esos raros casos en los que las drogas neurotóxicas simplemente no se disuelven. Se acumulan entre las neuronas, lo que causa inflamación en los tejidos adyacentes y provocan eventualmente un accidente neurovascular.

Marcus, quien no tenía conocimientos tan avanzados de bioquímica se quedó perplejo ante la explicación y el Dr. Reiniger lo notó, así que remató.

                -En pocas palabras, el cerebro de nuestro paciente no puede degradar el Resignotol. Simple y sencillamente no se disuelve y se acumula, provocando un corto circuito en las neuronas.
                -¿Eso es posible?- Zenner abrió los ojos como nunca lo había hecho antes. En sus años de investigación y desarrollo jamás había oído hablar de un caso en el que alguien no fuera capaz de disolver una droga neurotóxica -¿Qué tan probable es eso?
                -Son casos sumamente raros. Aproximadamente uno en un millón, pero suceden… por lo general mueren de aparente sobredosis con dosis ridículamente pequeñas de cualquier droga neurotóxica. Es lo que me hizo suponer que era precisamente uno de esos casos.

Quedaron asombrados por los conocimientos del Dr. Reiniger. En realidad no lo vio en ningún libro; le tocó perder a una novia de esa manera en su juventud. Él le invitó unas pastillas a pesar de que ella nunca había probado ni siquiera el alcohol. Una sola pastilla bastó para que ella comenzara a convulsionar en plena fiesta. La perdió entre sus brazos y por poco tuvo que pisar la prisión. Desde entonces se prometió a si mismo dedicarse a la medicina e investigar ese extraño padecimiento, pero era tan poco común que no había ni como investigar. Probablemente esta sería una oportunidad en un millón para descubrir la verdad y de alguna manera pagar por la estupidez que había cometido décadas atrás.

                -¿Y qué podemos hacer?... ¿Sólo esperar?...- preguntó Marcus, quien aparentaba ser el más calmado. Le dio la última fumada a su cigarrillo y apagó la colilla en el cenicero, que recogió la basura y desapareció por donde había salido.
                -Me temo que sí… si los resultados son positivos nos podemos lavar las manos con toda tranquilidad… no estaba en nuestra capacidad detectar un padecimiento tan raro.  Si no… ya veremos que hacer- concluyó sombríamente el médico.

Era más que evidente la tensión en los presentes. La empresa de sus vidas pendía de un hilo. No querían ni imaginar que pasaría si sus familiares se enteraban de la situación. O peor aún, si el chico moría. Todos querían aparentar tranquilidad en el ascensor que los sacaría del sótano de la enfermería al lobby. Pero era cierto que los cuatro estaban a punto de ruptura.

En cuanto se abrieron las puertas del ascensor llegó un olor bastante desagradable de la sala de espera. El médico, con un olfato con años de experiencia temió lo peor. Abrió la puerta y la corriente de aire fétido que fue barrida por las ventanas abiertas del consultorio le dio de lleno. Palideció más que antes cuando vio el cuerpo de un joven tendido en la mesa. Por su rigor mortis calculó que llevaría por lo menos un día de haber fallecido.

                -Señores… tenemos un problema mucho peor… - les dijo inexpresivamente a los 3 caballeros que esperaban afuera.
                -¿Ahora qué…?- Zenner cruzó el umbral y se horrorizó como nunca. Era el fin y lo sabía. El párpado le tembló violentamente y le dio una crisis nerviosa.
                -No puede ser posible… No puede… No ahora… -comenzó a golpear el pecho del cadáver repetidamente, como dándole un frenético y violento masaje cardiaco -¡Revive, maldito!... ¡Levántate ya!...- Sus amigos intentaron contenerlo pero había enloquecido.
                -¡DÉJENME… DEBO REVIVIRLO!... POR EL PEQUEÑO ZENNER QUE LO HARÉ…-le dio una patada en la entrepierna a Kozlov, quien lo intentó detener de la espalda.
Ante los intentos inútiles comenzó a reírse frenéticamente y corrió hacia la ventana. Se aventó y todo ocurrió tan rápido que nadie pudo si quiera reaccionar.
Kozlov estaba tendido en el suelo, revolcándose de dolor. Marcus y el Dr. [NOMBRE] se quedaron viendo perplejos a la ventana.
                -Cayó de un primer piso… abajo hay matorrales… ¿Crees que…?- preguntó en un murmullo Flynn.
                -Creo que si no se rompió ningún hueso estará bien…- le puso una mano en el hombro.

Ayduaron a Kozlov a ponerse de pie y se quedaron unos instantes sin saber que hacer. La suma de las tensiones había acabado por dejarlos sin la menor idea de qué hacer.
***

miércoles, 27 de octubre de 2010

EA XIV: Ejercicios de rutina

-¡Muévanse… He visto a mi abuela correr más rápido que ustedes!- Gritó Kozlov desde el centro de la cancha de la Staja 84F. Ahora vestido con un conjunto deportivo por demás gracioso: shorts negros y una playera blanca que se transparentaba –muy desagradablemente- con el sudor. Intentó dar la primera vuelta a toda velocidad con ellos, pero el ejercicio que había hecho en la mañana lo había dejado agotado y prefirió animarlos con un megáfono desde su posición.

Todos corrían más o menos al mismo ritmo, aunque como es natural, había un pequeño grupo de rezagados. Uno de ellos cayó de bruces cuando intentó meterle más velocidad.

-No estás tomando el sol en la playa…- Gritó uno de los vigilantes en la orilla de la cancha mientras corría a ayudarle. Le dio la mano y él se frotó la nariz, de donde ya corría un hilo de sangre.
-¡Señor, necesito que venga!- Gritó el vigilante al señor Kozlov
-Llévalo a la enfermería, yo los cuido- Kozlov quiso evitarse la fatiga de llegar a la otra orilla.

El vigilante hizo una seña a su colega que estaba en la otra orilla de la cancha y acompañó al herido a la enfermería. La Staja era bastante grande. Tenía una cancha de fútbol soccer en el centro y a los alrededores estaban las barracas, el auditorio y la enfermería. Todo de un impecable color blanco y vidrios polarizados. Daba la sensación de que los 3 edificios habían sido hechos con un molde.

-¿Nombre…?- Preguntó el vigilante, sin mucho interés….
-George… George Montesco- replicó con la dificultad de una nariz sangrante y un labio roto.

El hombre presionó atrás de su oreja y le contestaron en la recepción. Indicó el ingreso de un accidentado a la enfermería. Siguieron caminando.

-Siéntate, ahorita te atienden- le dijo el vigilante al herido cuando llegaron a la sala de espera y regresó al exterior.

La sala de espera era un lugar sumamente aburrido. Sólo había un sillón negro aterciopelado y la puerta del consultorio. Nada con que entretenerse. George se sentó y observó el ritmo hipnótico de un reloj  que estaba colgado en la pared. Las 12 del día y se preguntaba cuantos tics más harían falta para que lo atendieran.

Tic… tac…. -el sabor de la sangre
Tic… tac… -la sensación de hinchazón y adormecimiento.

Observar el monótono avanzar de las manecillas del reloj le pareció sumamente aburrido luego de los primeros 15 minutos así que probó la cerradura de la puerta del consultorio. Afortunadamente estaba abierta. Curioso como había sido desde niño –lo cual le había dejado un sin número de cicatrices de todos tamaños y profundidades en todo el cuerpo-, no resistió la tentación de entrar a echar un vistazo.

Una humilde caja de cartón le llamó la atención de entre los libreros repletos de libros viejos y empolvados. Una enorme diversidad de objetos encontró dentro. Carteras (resistió exitosamente la tentación de hurtar el efectivo que contenían), algunas prendas de vestir (guantes viudos, bufandas y demás apegos), algunos gadgets y otras cosas un tanto más peculiares: una botella de agua a medio llenar y una libreta de bolsillo eran lo más destado por su singularidad.

Pensó matar el rato leyendo la libreta, así que la abrió respetuosamente.

Propiedad total y absoluta del Canciller H. v. S. Primero: Queda estrictamente prohibido fisgonear.

Esta advertencia, tan ominosamente escrita en letra manuscrita, adornando la primera página, no sirvió de nada para contener la curiosidad de George, al contrario; sólo hizo que de la emoción hasta se le olvidara el dolor facial.

Abandone toda esperanza aquél que cruce esta página…- y un dibujo (bastante detallado) de un dragón en la segunda hoja. El texto parecía cada vez más prometedor. Esa pequeña línea le recordó algo (no sabía bien qué) que le arrancó una sonrisa. Después, a la página siguiente, un pequeño texto escrito todo en letras mayúsculas y con un pulso tembloroso, casi al punto de ser ilegible:

“A LA MUJER QUE AMO:
Y AQUÍ ESTOY... ALLÁ ESTÁS... CON CERTEZA DONDE, NO PODRÍA DECIRLO... PERO SI PUEDO DECIR QUE ESTAS EN MI CORAZÓN, REVOLOTEANDO Y DÁNDOLE VIDA A LO QUE ANTES ERA UN INERTE PEDAZO DE CARBÓN.
¿QUE NO HAS HECHO NADA, DICES?...  NADA MÁS LE HAS PUESTO COLOR A MI MUNDO DURANTE TODO ESTE TIEMPO. YO ERA UN TIPO GRIS Y DERROTISTA, PERO POR TÍ APRENDÍ A VOLAR... A SENTIR QUE PODRÍA HACER TODO LO QUE ME PROPUSIERA. 
HEMOS TENIDO NUESTRAS DIFERENCIAS, ¡COMO NO!, PERO AFORTUNADAMENTE LAS HEMOS SABIDO RESOLVER, PUES CREO QUE SON MÁS LAS COSAS QUE NOS UNEN QUE AQUELLAS QUE NOS HAN INTENTADO SEPARAR.
Y HEME AQUÍ, A PUNTO DE PARTIR A LOS PUERTOS GRISES, A PELEAR LA BATALLA DE MI VIDA; PERO CREO QUE PODRÉ PUES ANTES YA ME HE ENCONTRADO A MI MISMO, Y TODO GRACIAS A TÍ.
YO TE SEGUIRÉ AMANDO, TE SEGUIRÉ ANHELANDO COMO EL MARINERO QUE AÑORA SU PUEBLO NATAL MIENTRAS PARTE A LO DESCONOCIDO.
Y VAYA QUE TE SEGUIRÉ VISITANDO DE CUANDO EN CUANDO, PUES NO QUIERO PERDERTE... NI UNA VEZ MÁS...“

Ese texto le enterneció de sobremanera, al grado de sentirse identificado. No conocía físicamente al autor, pero leyendo esas pocas líneas ya sabía que era de esas pocas personas que aún es consciente de la llama de su corazón.

Siguió ojeando la libretita y las letras danzaban frenéticamente entre las cuadrículas. A veces todas mayúsculas, a veces manuscrita. Otras ni siquiera se alcanzaban a identificar los garabatos entre dibujos obsesivamente elaborados. Precisamente un dibujo fue lo que le llamó en una de las hojas de en medio. Un hombre con un sombrero de copa y una gabardina bajo la lluvia; con una espada medieval en la mano que desentonaba con su misterioso atuendo.

“MANIFESTO NO. 14: ¡¡¡Y AQUÍ ME TIENES, ETERNO PROVEEDOR DE HERALDOS NEGROS!!!
TE PIDO LUZ, TE PIDO ESPERANZA Y TODO LO QUE ME DAS ES UNA MANO QUE ME AYUDA A LEVANTARME DESPUÉS QUE ME HA AZOTADO CON TODO, PARA LUEGO RETIRARLA CUANDO ESTOY APUNTO DE CONFIARME Y ASIRME DE ELLA...
¡TE RETO PUES! MALDITO DESTINO... COMO EL MARINERO QUE RETA AL MAR PARA NO VOLVER, DEJANDO SU AMARGA CARGA DE DERROTAS EN EL PUERTO. SEA PUES ÉSTA LA DECLARACIÓN DE GUERRA DE MIS HUMILDES ESPADAS CONTRA TUS BÁRBAROS ATILAS, MONTADOS EN LAS BESTIAS LLENAS DE ODIO Y DE RENCOR.
AL FIN QUE SI MUERO AL CANTO DE TUS ARMAS O AL FUEGO DE TU RABIA... SÓLO ME LIBERTAS DE ESTA PODRIDA EXISTENCIA Y AL FIN... AL FIN TE HABRÉ GANADO... Y MI ALMA... NEGRA COMO LAS PRUEBAS QUE ME PONES... TE SEGUIRÁ POR SIEMPRE, NO DEJÁNDOTE LUCIR TU ETERNA MAGNIFICENCIA... OPACANDO TU PERFIDIA Y TU EXCELENCIA... HACIENDO MOFA Y VERGUENZA DE TU MISERABLE OMNIPOTENCIA...”

Ese pequeño texto le movió aún más que el primero e instintivamente abrazó la libreta, como queriendo reconfortar de algún modo a su autor. Miró de reojo avergonzado para verificar que nadie lo hubiera visto y se la guardó en el bolsillo, definitivamente debía conocer a su dueño.
Siguió fisgoneando en la enfermería y entre varios aparatos, de los cuales desconocía en su totalidad su funcionamiento y propósito, encontró precisamente lo que buscaba; el cauterizador de heridas. No iba a esperar a que llegara la enfermera, tenía el labio lo suficientemente hinchado; así que enchufó el armatoste  al contacto de la lámpara del escritorio.

Lo tomó cuidadosamente del mango de goma negra y esperó a que el indicador de la barra de acero del otro extremo tomara una coloración morada. Esto quería decir que el aparato estaba emitiendo la cantidad adecuada de calor como para cerrar heridas pequeñas al contacto. Con todo cuidado hurgó en la parte interna de su labio para identificar el corte y sellarlo, así mismo con la nariz. La sensación era desagradable: adormecimiento y hormigueo mientras la piel abierta se cerraba, pero al menos el aparato garantizaba no dejar cicatriz.

Sin embargo la nariz le seguía doliendo bastante, probablemente estaría rota. Pasó su dedo por el puente y un desagradable crujido lo confirmó: A pesar de ya no sangrar, seguía teniendo el problema de un tabique hecho pedazos. Ahora que ya no sangraba, la sangre se empezaría a acumular e iba a doler cada vez más. Un anestésico era lo que buscaba ahora, impaciente como siempre había sido se puso a buscar en toda la habitación.

Un frasco de Resignotol en la mesa, aún no había tomado ninguna, pero sabía de oídas que curaba los dolores morales. Probablemente una pastilla lo haría sentir un poco mejor así que se la tragó en seco. Seguía doliendo, pero ahora al menos sentía una agradable sensación de confort. ¿Por qué no tomar otra?... ¿O un par más?... –siempre tuvo el miso problema con las sustancias psicoactivas- así que se tomó un puñado de pastillas. La sensación de comodidad se volvió un estado de éxtasis: de pronto el tiempo parecía escurrirse; las manecillas del reloj en la pared de la enfermería caminaban arrastrando los pies y los movimientos de sus manos parecían tremendamente aletargados. Sintió una agradable pesadez en los párpados y los cerró, cayendo sobre la mesa del consultorio y haciendo trizas el bonito pisapapeles de cristal cortado.
***

Aquella tarde el auditorio no tenía demasiada gente, pero Kozlov comenzó tan elocuente como siempre. A penas una decena de jóvenes escuchaban atentamente desde sus asientos, con las caras largas de los recién llegados.

            -Muy buenas tardes señores, sean bienvenidos a su nueva vida…

Sonó una melodía en los altoparlantes y el proyector holográfico desplegó el logotipo de Enamorados Anónimos por encima de la cabeza de Mr. Kozlov.

            -Seguramente no lo creerán, pero yo conozco su angustia… yo he estado en la misma situación que ustedes. Probé las misma desesperación y toqué el mismo fondo –dijo en una excelente interpretación histriónica, al punto que uno llegaba a olvidar que él mismo era uno de los responsables de la creación de El Enamoramiento-; es por esto que fundé un lugar para ayudarnos a todos. Para ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos…

Entonces se apagaron las luces y se proyectó una imagen tridimensional de las instalaciones de la staja y una voz electrónica enumeró los servicios que ofrecía:

“El programa de 17 días de internamiento y recuperación incluyen:
·         Internamiento en las mejores instalaciones
·         3 comidas al día
·         Terapia ocupacional en diversas actividades recreativas y talleres
·         Ejercicio diario al aire libre
Bienvenidos al inicio de su nueva vida”

Las luces se volvieron a prender y el proyector holográfico se apagó dejando solamente a Mr. Kozlov en el centro del estrado con un micrófono.

            -Y ahora, comencemos dándole la bienvenida a los seis nuevos integrantes de este programa… cada uno nos contará un poco de su vida y de cómo decidió venir aquí…-Sin embargo en la cola para subir al estrado solamente había 5 jóvenes. Muy seguramente  el otro se había arrepentido.

Cada uno hizo su respectiva presentación. Nombre, edad y cómo habían llegado ahí, acompañados de los incisivos comentarios de Mr. Koslov para “romper el hielo”. En su gran mayoría los que entraban eran hombres de entre 15 y 25 años; la edad perfecta  para iniciarse en los vicios del enamoramiento.

Para cuando terminaron y se les había asignado un catre en las barracas, ya había anochecido y Kozlov se preparaba a marcharse. Una visita rápida al sanitario y luego una caminata de regreso a casa para cenar algo instantáneo como todas las noches.

            -Señor, que bueno que nos honró con su visita esta noche…- le interrumpió el médico de la Staja tocándole el hombro por detrás mientras caminaba por el pasillo de salida- Sin embargo, debo informarle algo…-tenso como estaba, el doctor Reiniger jugó con sus manos en los bolsillos de su bata.

            -¿Qué puede ser tan grave?... ¿No puede esperar a mañana?
            -Me temo que no, señor… venga conmigo a la enfermería para decirle con todo detalle.
            -Está bien, pero que sea pronto…
            -Es un asunto más bien de vida o muerte… algo muy delicado.

Salieron del edificio del auditorio y caminaron al de la enfermería. Subieron en el ascensor hasta la sala de urgencias. Kozlov ya empezaba a sentir algo de intranquilidad cuando el médico se detuvo en la habitación 203 y abrió la puerta.

            -Venga… por aquí- ambos pasaron y el médico encontró el ángulo perfecto de la habitación para que no los tomaran las cámaras. Discretamente desconectó el comunicador que había a lado de la puerta.

            -¿Pero qué…?- sorprendido de que el doctor Reiniger supiera de la existencia de la cámara y de cómo desconectar el comunicador.

            -Shhhh… necesito su discreción absoluta… si algo saliera mal, lo último que queremos es tener evidencia en contra nuestra… necesito que me escuche muy atentamente.

Kozlov quedó perplejo cuando el médico encendió las luces. Había un hombre en la cama, conectado al pulmón artificial y con sondas para checar signos vitales por todas partes.

            -Hace tres días ingresó este paciente… al parecer… algo salió “mal” cuando tomó su primer dosis de Resignotol… -le explicó en un murmullo casi al oído, notablemente nervioso- lo encontramos tirado en el suelo de las barracas… su estado es bastante grave… está en coma y no hemos obtenido ninguna señal cerebral que indique mejoría…

El cofundador de KZM Pharmaceutics comprendió inmediatamente las implicaciones legales de un caso así: la lluvia de demandas, la intromisión de la prensa… la probable quiebra y el fin de sus sueños.

            -¿¡PERO QUÉ DIABLOS SALIÓ MAL!?- se sobresaltó y alzó la voz ignorando el sigilo en el que se mantenían. Se puso rojo de furia hasta la calva.
            -Tranquilo, tranquilo… afortunadamente aún no se ha cumplido su tiempo de rehabilitación y nadie ha venido a visitarlo… tenemos tiempo para que reaccione…
            -¿Pero y si no?...
            -No diga eso, señor… afortunadamente tenemos tecnología de punta y contamos con el equipo necesario para hacerle frente a esta contingencia.
            -Llamaremos a los médicos que tengan sean necesarios y compraré su silencio al precio que me salga… no podemos arriesgarnos a que esto salga a la luz
            -Lo sé señor…

Apagaron la luz, cerraron la habitación y subieron de nuevo al ascensor.

            -¿Y a todo esto… como se llama el pobre infeliz?- Preguntó Kozlov para romper el silencio, un tanto incómodo.
            -Es un tal Heinrich… Heinrich von Strauss

viernes, 27 de agosto de 2010

EA XIII: Retrospectivas


Mr. Kozlov podía ser tachado de ser un hombre arrogante y terco. Pero eran precisamente estas propiedades tan curiosas lo que lo habían hecho sobresalir en los malos ratos. Llovía copiosamente aquella mañana, pero él,  en un titánico esfuerzo por perder peso, estaba decidido a trotar hasta la oficina como lo hacía por las mañanas desde la semana pasada.
Puso música relajante en su Dispositivo Medular Universal (actualizado con lo último de la librería musical del momento apenas la noche pasada mientras dormía) y salió de su departamento mucho antes del amanecer. La lluvia le restaba movilidad y visibilidad, pero qué más daba.
Llovía como aquél día en el que se selló su destino, veinte largos años atrás. Intentaba parecer imperturbable y estoico ante las multitudes  precisamente por la naturaleza de su trabajo –no podía ir por la vida pregonándole a los demás que sean fríos y fuertes si no comenzaba consigo mismo- pero éste era uno de esos momentos en los que, estando solo, se internaba en las tierras del “hubiera”.
Dos décadas atrás él estaba felizmente casado con la hermosa Isolda. ¡Cómo fue feliz a su lado!... Lo tenía todo: un trabajo estable, una vida académica envidiable (doctorado antes de los 30 era casi un record) y una mujer que siempre lo amó hasta las últimas consecuencias. Esa precisamente fue la época más feliz de su vida. Por las mañanas lo despertaban con un beso y un desayuno nutritivo y balanceado. Ambos se iban a trabajar, él en su consultorio –era psiquiatra- y ella al suyo –era algún tipo de médico que él nunca se tomó la molestia de averiguar con exactitud-. Después llegaba por la noche y ella era tan maravillosa que ya tenía la mesa puesta para él. Cenaban y ocasionalmente hacían el amor hasta que les agarraba el sueño y al día siguiente la misma rutina. Todos esos pequeños detalles que él siempre había pasado por alto, ahora resultaban una gloria pasada que Kozlov secretamente anhelaba cada mañana al despertar en su cama individual, en su departamento individual y seguir con su solitaria rutina individual. Por supuesto, a pesar de su edad –entrados los cuarenta- nunca le faltaron amantes, pero eso nunca fue suficiente...
Sí, las amantes, precisamente… nunca fueron suficientes. A los pocos meses de haberse casado y vivir juntos él comenzó a llegar tarde a casa, primero los viernes solamente, luego cada tercer día y al cabo de unas semanas era raro verlo en casa antes de las diez de la noche. Su mujer le reprochó a un principio, pero Kozlov siempre se salía de la tangente con una excusa barata para salirse con compañeras de trabajo o incluso alumnas cuando impartía clases en la universidad. Después vino lo peor.
Justo cuando las cosas estaban más tensas, con las peleas y los reproches a la alta, las acciones que había invertido en telefonía cayeron (la telefonía ya había quedado obsoleta con los nuevos dispositivos cerebrales, aún en su etapa experimental, pero él no quiso hacer caso y de cualquier forma compró las acciones a un precio exorbitante) y los dejaron en la ruina. Tuvieron que vender la casa y mudarse a una mucho más modesta, ahora pagando renta y trabajando horas extra. Fue el momento en el que ambos debieron estar más unidos y encontrar una solución juntos, pero Isolda se fue a vivir con sus padres y fue algo que Kozlov jamás le perdonó.
Su relación pendía de un fragilísimo hilo que el destino se encargó de cortar con sus tijeras de la desgracia. A los 2 meses de estar separados, un mal domingo Isolda decidió visitar a su esposo para darle la noticia de que estaba embarazada. Pensó ilusamente que la noticia haría que su relación volviera a ser como al principio, incluso le había perdonado su alocada inversión en tecnología que había sido desplazada al menos hacía 50 años, pero cometió una indiscreción que le costó el corazón. Abrió la puerta –una buena señal: no había cambiado la cerradura- y al no verlo en la sala viendo la tele, cerveza en mano, como acostumbraba hacer, entró a una habitación para encontrarlo en la cama con otra.
-¡Quien demonios es ella!... contesta ahora mismo…- ni siquiera gritó. El tono en que lo digo le perforó el alma como una bala de francotirador al pecho.
-Tú… tú te largaste con tus padres… yo no pensé que volverías…- Kozlov intentaba cubrir su impudicia y la identidad de su amante en turno con las sábanas.
-Quiero que sepas que tu hijo jamás conocerá al cerdo de su padre… te doy exactamente veinte minutos para que saques a esta puta de aquí, te vistas y vayamos a la notaría más cercana… quiero el divorcio antes de que nazca, para no andar con pendejadas de quien se queda con la custodia, ¿Me escuchaste?- Dijo todo esto, sin dejar de verlo a los ojos. Con una decisión y una frialdad que parecía una sentencia de muerte. Azotó la puerta y subió al auto. No quería toparse en persona con la amante.
Fue la única vez que Kozlov se arrodilló ante alguien y de cualquier modo de nada sirvió. No se divorciaron ese mismo día. Él dio una férrea batalla legal y tras 2 meses de defender lo indefendible acabó firmando la última acta. Jamás volvió a ver a Isolda ni a su hijo. Los buscó por todo el mundo, pero era como si se hubieran evaporado.
En realidad sólo se mudaron de cuidad y tras otro costoso jareo legal se cambiaron el nombre y empezaron de cero en otra cuidad vecina, pero Kozlov era demasiado cuadrado para pensar en una salida así.
***
-Últimas noticias… interrumpimos sus actividades respetuosamente para emitir un comunicado…- Se interrumpió la música en la mente de Mr. Kozlov con la voz de la presentadora del noticiario matutino local. Visiblemente molesto, siguió corriendo al trabajo, ya estaba a punto de llegar.
–En la mañana del lunes se perpetuó un violento asesinato en el centro de la cuidad. Los restos irreconocibles de una pareja de jóvenes se encontraron esta mañana flotando en la corriente del sistema emisor oriente. Se cree que fue un crimen pasional, pero prevenimos a nuestros escuchas a que cierren bien sus casas y se mantengan alerta… gracias por su atención y que tengan un lindo día.- La música se reanudó y Kozlov al fin llegó a su oficina, con su traje importado hecho una sopa.
***
Las oficinas de Enamorados Anónimos eran lo último en tecnología. Un edificio que derrochaba modernidad en cada esquina. Una torre perfectamente circular de 26 pisos inmaculadamente enmarcados por vidrios reflejantes. A la entrada unos arbustos sembrados a modo que, visto desde el techo, se veían las iniciales E.A. a la entrada.
Kozlov llegó jadeante a la entrada de la oficina e intentó disimular al saludar al par de guardias que custodiaban la entrada.
-Buenos… días- les dijo mientras se abrochaba bien el saco intentando guardar compostura.
-Buenos días- dijeron al unísono, casi como si se hubieran puesto de acuerdo.
Entró por la puerta giratoria, dejando un pequeño charco a la entrada y se paró encima de un pequeño pedestal cubierto con hule espuma. Del techo bajó una cánula enorme que descendió cubriéndolo por completo. Luego se encendió un motor que lo secó completamente con aire caliente. La sensación era increíble –él mismo mandó a poner ese dispositivo durante la cruda temporada de lluvias que había devorado la mitad baja de la ciudad a penas 2 años antes- aunque su barba quedó cómicamente esponjada y la tuvo que volver a acomodar con un peine que tenía en su bolsillo.
Tomó el ascensor a su oficina, que estaba en el quinto piso. Mientras la suave música de su terminal seguía sonando.
-Terrible lo del noticiario, ¿No?.... ¿Quién habría hecho tal cosa?...-Lo interrumpió Alomar, una de sus empleadas. Se tomaba mucha confianza y a pesar de que no tenía ningún puesto importante, siempre lo trataba de igual. No es que no hiciera su trabajo o que le faltara al respeto, pero eso siempre lo puso algo nervioso.
-Cierto, ¡Qué clase de maniaco!...-Le respondió sinceramente indignado, mientras apagaba la música de su cabeza.
-¡Ay, no sé!... Me muero si me topo con un criminal de esa calaña- cruzó los brazos y lo volteó a ver a los ojos. Se le daba bien eso de coquetear con los superiores y más cuanto más superiores fueran. Lo que fuera por un aumento.
Kozlov se hizo el disimulado. A pesar de que ella no estaba de mal ver, ni toda la sensualidad que desbordaban sus pronunciadas curvas –a penas cubiertas por la ropa más provocativa que se puede usar en una oficina-, él nunca sintió más por ella que lástima.
Finalmente se bajó y se encerró en su oficina para revisar su itinerario. No había mucho que hacer, sólo dar la plática de bienvenida para nuevos ingresos en la Staja número 84F, al filo del medio día. El sol apenas se asomaba por el horizonte mientras seguía una leve llovizna del otro lado de la ventana de pared completa de su oficina.
Nuevamente se sumió en sus recuerdos. 10 años más tarde, en plena crisis, tuvo una idea que no sólo le salvó el pellejo a él si no que lo llevo hasta la silla reclinable forrada en terciopelo vino, donde se sentaba en esos momentos. En una cierta reunión –y un poco pasado de copas- platicó muy seriamente con Marcus, su mejor amigo y socio preferente. Desahogó sus penas con él como solía hacerlo desde la adolescencia. Ambos eran psiquiatras y entre broma y broma juraron ponerle la camisa de fuerza al otro en caso de ser necesario.
-Marcus, esto está matándome… Si tan sólo supiera que pasó con esa mujer…- le dijo arrastrando las sílabas mientras bebía el vigésimo trago de la noche.
-¡Ya, hombre, a todos nos tienes hartos con la misma historia!, llevas una década lamentándote…- Marcus le dio una palmada amistosa en el hombro a Kozlov, intentando hablar fuerte para hacerse oír entre la delirante música del ambiente.
-¡Ya lo sé!... pero daría media vida por volverla a ver… y la otra mitad para poderla olvidar- le replicó ahogando la última frase en un sollozo y escondiendo la cara entre los antebrazos, recargado en la barra.
-Desde que te dejó te has vuelto un poeta loco y enfermizo… ya deberías olvidarla, son sinapsis mentales… no debería ser tan difícil…- Encendió un cigarrillo y ambos quedaron en silencio.
Efectivamente, aún con la mente llena de vapores de alcohol, Kozlov tuvo la idea de su vida. Romper esas sinapsis mentales. Encontrar algún químico que “limara” esas asperezas de la mente. Él, Marcus y un amigo en común llamado Zenner le apostaron al proyecto y tras 2 años de ardua investigación dieron con la piedra filosofal de los que han dejado de amar o ser amados: el olvido.
-El resignotol, colegas… hemos encontrado la cura perfecta para el subconsciente- Contestó Zenner con su potente voz, abriendo la conferencia donde presentaban su proyecto a la Comunidad de Médicos por la Salud y el Desarrollo Mental.
El quórum los miró atentamente y en silencio. Habían escuchado por rumores que ese trío estaba trabajando con la “pastilla del olvido” varios años atrás y la mayoría se carcajeó ante la idea del proyecto. Pero esa mañana lo tenían materializado ante sus ojos.
-¿Cuántos de ustedes no han vivido una decepción?- Kozlov hizo la pregunta en general mientras empezaba la presentación holográfica.
-¿Para qué vivir siempre con el constante recuerdo de aquél trauma, si ahora podemos suprimirlo?... No terapia de aversión, ni electroshocks, ni terapias con insulina, nada de los métodos anticuados del milenio pasado… Nada de las tardadas horas de terapia, con sus riesgos de recaídas. Uno sólo debe traer a la memoria el suceso a olvidar, por última vez, y tomarse esa pastilla. Listo… no más traumas- dijo Kozlov mientras la molécula de la sustancia activa se desplegaba en tres dimensiones en el escenario.
Marcus explicó los detalles técnicos con detalle asombroso y dejó a la mayoría convencido del funcionamiento de la nueva droga.
-Pero… ¿Por qué tomarían nuestras palabras como dogma de fe?...-carcajada general, todas las religiones habían sido fuertemente perseguidas por más de cincuenta años- Veamos como actúa con nuestros propios ojos… -concluyó Marcus acariciando su incipiente barba en actitud sumamente arrogante.
La presentación holográfica terminó y un reflector iluminó la parte de atrás del escenario, donde 2 enfermeras escoltaban a un paciente a penas cubierto con una bata de hospital. Tenía la cabeza rapada y daba la impresión de no haber dormido en varios días por las pronunciadas ojeras y el tic que tenía en las manos. Subieron al escenario y se hizo el silencio total en las gradas.
-He aquí al paciente... –dijo Zenner al público -¿Cómo te llamas, hijo?- murmuró al chico que a penas se podía mantener en pie por si mismo.
-Till… me llamo Till- contestó en un hilo de voz.
-Till sufrió un accidente horrible, en el que falleció toda su familia. Su padre, su madre y su única hermana quedaron reducidos a cenizas porque este zoquete olvidó cerrar bien la puerta del reactor de su casa. Por poco y no la libra este desgraciado. Los médicos tuvieron que hacer milagros para reconstruirlo luego de que el 90% de su cuerpo quedó horriblemente quemado por la radiación. Evidentemente, está traumado y desde entonces no puede acercarse a su casa- El público comenzó a murmurar.
El chico se tiró al piso a llorar desconsoladamente y por la bata se asomó su espalda, visiblemente llena de cicatrices.
-La ciencia ha hecho todo por aliviarle el dolor físico. Nosotros le pondremos fin a su sufrimiento psicológico- Zenner extendió los brazos con magnificencia para darle más ostentosidad a sus actos.
-La pastilla, Kozlov… hágame el favor.
Kozlov se levantó de su silla con el frasco en la mano. Una de las enfermeras le pasó un vaso de agua.
-Ten hijo, te hará sentir mejor- le dio el vaso y la pastilla al chico, quien se puso de pie y tomó una de las pastillas, se la puso en la lengua y bebió toda el agua.
Todos se quedaron en silencio, a la expectativa. El chico comenzó a temblar y agarrarse el estómago. Cayó de rodillas y comenzó a vomitar. El público no paraba de murmurar y algunos comenzaron a gritar injurias contra los 3.
-¡Tranquilos!... es un ligero efecto secundario… - los calmó Zenner con su voz de trueno.
Cuando el chico paró de volver el estómago le ayudaron a incorporarse y alzó la cabeza. Se le veía muy distinto el porte.
-¿Y bien… cómo te sientes ahora?- preguntó Kozlov al chico
-Mejor, señor…  - respondió en un tono de voz que pudieron escuchar en lo alto de las gradas. Hasta esbozó una ligera sonrisa.
El público se dividió. Algunos incrédulos pensaban que todo estaba planeado y otros estaban sinceramente asombrados por la efectividad del medicamento. Pero nadie fue indiferente a lo que habían visto en ese momento.
Eventualmente el Resignotol probó ser muy efectivo en el tratamiento de pacientes con ciertos tipos de traumas y los 3 socios abrieron la “KZM Pharmaceutics Company” con la que se hicieron bastante ricos en muy poco tiempo. No sólo con el Resignotol, si no que las investigaciones siguieron y desarrollaron nuevas drogas: embotellaron la alegría, hicieron pomadas que curaban las fobias y muchas cosas más. Pero sin dudas lo más polémico fue embotellar juntas las sustancias exactas que provocan el enamoramiento. Fue el pico de su carrera.
Las botellas de enamoramiento se vendían por miles, casi equiparándose a las ventas de alcohol en los centros nocturnos. Sólo debías darle un trago y sentir una desenfrenada y desinhibida atracción a cualquier persona que se pusiera en frente. Literalmente cualquiera. Era muy común que fiestas donde se consumía enamoramiento acabaran en orgías masivas donde nadie estaba tan seguro de sus preferencias. Claro que siempre hubo desadaptados sociales que olvidaban que los efectos del enamoramiento debían acabar la misma noche en la que eran sentidos y fue precisamente por esto que surgió la polémica. Gente que se “enamoraba” de una sola persona y quería que el efecto le durara para siempre, se la pasaba consumiendo una botella tras otra para que no se pasara el efecto y se enfocaban a una sola persona.
Tras una fuertísima demanda por parte de muchas organizaciones por los derechos humanos, llegaron a una maquiavélica solución: en vez de dejar de producir la sustancia del enamoramiento, llegaron al acuerdo de ofrecer rehabilitación –evidentemente no gratuita- a los adictos que ellos mismos generaron en un negocio redondo que convirtió a Marcus, Zenner y Kozlov en los hombres más ricos del país. En resumen, así es como surgieron los grupos de Enamorados Anónimos.
Kozlov miró al amanecer desde la ventana y tomó su pastilla de Resignotol diaria. Nunca lograba olvidar del todo a Isolda, pero al menos podía alejarla un poco de su mente y dejar de fingir que todo iba bien por algunos momentos.

martes, 17 de agosto de 2010

EA XII: Y después… muerte

A pesar de la cama que me había cedido amablemente Sir Durrenmatt, no pude dormir en toda la noche. Me ardían las llagas –provocadas por el sol del desierto y la intemperie- en todo mi cuerpo y no podía alejar esas imágenes tan horrorosas de mi mente. Abría los ojos y se disipaban dejando sólo el dolor físico. Los cerraba y comenzaba la misma pesadilla de siempre, pero ahora mezclada con nuevos recuerdos. La escena se seguía repitiendo y mis sentidos se embebían con aquella escena, ahora corrompida.

-¿Qué harías si te robo un beso?-Le pregunté a mi amada mientras jugueteaba con sus sedosos cabellos.
-Hay cosas que no se piden, solo se toman…- Recuerdo que me respondió eso con los ojos cerrados; como preparándose para un beso.

Acto seguido me inclino y nuestros labios se rozan. Un silbido muy agudo y penetrante rasga el romance del momento. Un hombre chacal –en la comodidad de su recámara- le había clavado la guadaña en la espalda. Mancha de sangre todo el lugar. Me ensucio con la sangre de la persona que más amo…

-No es cierto, eso no pasó así… ya me harté de que vivas en la negación.- Volví a escuchar su voz.
-Bueno, no recuerdo con todo detalle, pero algo así pasó- Le contesté en voz baja
-¡¿CÓMO PUEDES VIVIR CON UNA MUERTE EN TU CONCIENCIA!?... ¿CUÁNTO TIEMPO MÁS PRETENDES SEGUIR HUYENDO?...- Me gritó como nunca lo había hecho.

Mi corazón se detuvo por una fracción de segundo. Abrí los ojos como nunca lo había hecho antes intentando arrancarle una respuesta a mis memorias olvidadas en la inescrutable oscuridad. Se apoderó de mí una zozobra inimaginable; nunca había matado a nadie en el sentido literal de la palabra, pero ¿Pudiera ser que lo hubiera obligado a propósito?

-¡CLARO QUE NO!... ¡YO NUNCA HE SESGADO UNA VIDA!... ¿¡CÓMO PUEDES DECIR ESO!?-grité sin pudor alguno. Despertando a todos en la habitación.
-Hazle como quieras. Yo intenté de todo corazón ayudarte, pero si vas a seguir viendo sólo lo que tú quieres ver y oyendo sólo lo que quieres oír yo no puedo hacer nada… Ahí nos vemos…
-¡NO… POR FAVOR NO ME DEJES!- me levanté de la cama y me puse de rodillas, como si sirviera de algo…
-NO DIGAS ESO… ¡ESO ME ASUSTA!... OLVÍDATE DE MI POR AHORA…- se podía escuchar mucha desesperación en su “voz”.

Esas palabras me pegaron más que todo el maltrato que sufí en el desierto. Sentí como si aquél cuchillo que le había enterrado a la bestia unas horas antes me lo hubiera clavado directo en el pecho. La intranquilidad fue cada vez mayor y comencé a llorar en silencio y con los ojos cerrados. Demasiadas cosas me habían pasado en muy poco tiempo y en un solo instante me di cuenta de lo desamparado que estaba: sin saber a donde estaba ni qué podía hacer para volver a casa. Era el peor momento de indecisión por el que había pasado hasta el momento. ¿Qué era lo que me había querido decir?... ¿La volvería a “ver” o “escuchar” alguna otra vez?... ¿Y si todo era producto de una alucinación?... ¿Y si éramos ambos los que estábamos en una especie de limbo?... Muchas preguntas y ni una sola respuesta. Hubiera preferido ser devorado por los buitres cuando tuvieron oportunidad de hacerlo. O los licanos, se hubieran dado un festín con mis huesos.

Sentí la mano de Aldous sobre mi hombro. Abrí los ojos inflamados y adoloridos de tanto llorar y noté que el sol estaba despuntando en el horizonte. Afortunadamente el breve momento de locura había terminado, pero la incertidumbre me agarraba el corazón como una mano invisible que quisiera arrancármelo por la reseca garganta. No pude articular palabra y sólo pude observar los ojos de mi benefactor, de rodillas, como queriendo encontrar sosiego.

-¿Estás bien, muchacho?... Anoche gritabas… debió ser un mal sueño solamente- Me dijo en una voz que tenía, para mi gusto, el tono más tranquilizante que había escuchado.
-Sí… eso debió ser- Frotándome los ojos, intentando disimular la inflamación.
-En fin... te esperamos abajo, mi esposa ya debería tener el desayuno… come algo y después hablamos…

En efecto, cuando me aliñé un poco –no podía hacer mucho más que lavarme la cara con el agua que había en un barril de agua de la habitación- para bajar los aromas de un rico guisado que no logré identificar embelesaban el ambiente.

La señora de la casa me indicó mi asiento, a lado de un joven como de mi edad. Alto y bien formado; las facciones idénticas a las de Sir Durrenmatt enmarcadas en una maraña de cabellos dorados que le cubrían la frente.

-Te presentamos a nuestro hijo, Mark- dijo amablemente su madre.
-Mucho gusto- respondió el muchacho extendiéndome una mano algo más grande y nudosa que la mía.

Ella sirvió los platos e hicieron una oración por los alimentos. Cerré los ojos en señal de respeto aunque el pedazo de carne asada con verduras en frente de mi hacía que mi estómago se contrajera violentamente. Afortunadamente no fue tan largo el sermón. La carne tenía una forma y color que nunca había visto. Más roja de lo normal; aunque estaba bien cocinada daba la impresión de estar totalmente cruda.

-Carne de licano… es muy buena- dijo Mark mientras cortaba un pedazo, como para darme confianza- sobre todo cuando tienes hambre…
-Me preocupa un poco tu mente, hijo… -me dijo Sir Durrenmatt mientras me palmeaba la espalda- has visto cosas para las que definitivamente nadie está preparado… a nosotros también nos pasó a un principio, cuando llegamos aquí…

Se hizo un silencio incómodo, como quien hubiera soltado una obscenidad en plena reunión familiar. Mark bajó notablemente la cabeza, como si lo hubieran reprendido.

-Pero estoy segura que se adaptará… -cortó su esposa el silencio y continuamos comiendo tranquilamente.
-No es eso, Dora…-agregó el señor amablemente- yo creo que necesita algo de aire libre… algo de ejercicio para entretenerse. No le caería mal unirse a las fuerzas armadas junto con nuestro hijo… ¿Qué dices, hombre?...-Me volteó a ver esperando una afirmativa.
-No estaría mal…-Intenté decirlo sin mucha indiferencia, ahora todo me daba igual.
-Tienes talento con esas cosas, no lo desperdicies- Me dijo Mark mientras hacía la mueca de apuñalar su propia pierna con el cuchillo de mesa.

Esa misma tarde fui a la oficina de reclutamiento. Me raparon y a pesar de las heridas múltiples de mi cuerpo, comencé con el arduo ejercicio en cuanto recibí mi uniforme. La primera tarde corrimos hasta el anochecer. En las barracas el maullar de un gato a la luna no me dejo dormir en toda la noche. De todas formas tenía demasiadas cosas en qué pensar…