jueves, 25 de junio de 2009

EA VIII: Un duro despertar


-Las cadenas de la esclavitud atan sólo las manos...
Proverbio alemán.


Para cuando volví a abrir los ojos, el fuego que había encendido aquél hombre chacal estaba a punto de extinguirse. Aunque me dio tiempo suficiente para contemplar mi situación: Atado por las cadenas con los brazos en la espalda y las piernas dobladas en cruz hacia atras, tirado en la arena de algún lugar aún desconocido.


¡Arena!, con fortuna sería una playa. Sí, tendría que haber gente en la playa que me ayudara si quiera a saber en donde me encontraba. Sólo debía esperar al amanecer para que alguien me rescatara... pero... también quedaba la aterradora posibilidad que estuviera en medio del desierto... Justo cuando meditaba que hacer en el peor escenario, las llamas consumieron lo último que quedaba del combustible que les daba vida y me dejaron de nuevo en las tinieblas más inescrutables.


-A veces necesitas cerrar los ojos para observar mejor las cosas...
-¡A veces deberías callarte y prestarme un poco de ayuda!- Le respondí rabiosamente.


Las ataduras y los calambres que provocaban habían terminado con lo poco que quedaba de mi paciencia.


-¡Malo!... Una que intenta ayudarte y así me pagas... Pero bueno, si eso es lo que quieres, me callaré-
-No... no quise decir eso, espera... lo siento...
-A ver como te las arreglas solo... Volveré cuando te hayas puesto de pie... ¡Vuélveme a hablar así y ni de chiste regreso!


Ahora sí que estaba perdido. Había ahuyendtado a la única “persona” que me podía ayudar a salir de ahí. Sólo quedaba forcejear con lo que me quedaba de fuerza.


-Tranquilo, hombre... haz salido de peores- Me dije a mi mismo, para recuperar el ánimo.


Salido de peores... Si ni siquiera había podido dejar el vicio del enamoramiento atrás. Aún atado en esa posición, girando sobre mis costados de un lado a otro, no dejaba de pensar en la ridícula idea de que un día regresaría a un hogar con una esposa y unos hijos en una familia funcional. Sí, ese era mi sueño más sincero e iluso. Conocer a una mujer tanto como para amarla y que ella me amara de vuelta, desear su compañía a todo momento y que ella me correspondiera; era tan irrisorio como la idea de que pondría de pie sin ayuda...


-¡Pero de que se puede se puede!- Grité.


Forcejeé con más rabia, girando ahora solamente sobre mi costado derecho. Las cadenas se me enterraban en la piel haciéndome daño, pero poco me importó. Seguí rodando hasta que topé con una roca que me golpeó en la cabeza y comencé a sangrar de inmediato.
-¡Eso es todo!- Grité lleno de un loco entusiasmo y con la cara empapada de una sangre que ya podía saborear.


Hallar la posición adecuada para hacer fricción entre la porción de cadena que detenía mi codo derecho y una superficie filosa de la roca fue un infierno, casi pierdo la razón haciéndolo a ciegas y con una limitadísima movilidad. Pero al fin comencé a frotar la cadena con una desesperación imperiosa.
Jamás harás nada de tu vida... Eres un mantenido... Eres flojo, te falta actitud, te falta caracter... Te falta crecer, te falta madurar... Eres un maldito enano, eres feo como moler a golpes a una anciana...


Recordaba todas las cosas negativas que la gente alguna vez había dicho de mí. Eso sirvió de combustible para no caer inconciente.


-Les voy a demostrar quien soy... a todos ustedes...- Repetía mentalmente con los ojos cerrados, porque la sangre ya no me permitía abrirlos.


Tallé y tallé mi costado con escuchando el rítmico rechinar del metal contra la piedra. Una y otra vez, hasta que finalmente cedió y cortó algo de la carne de mi brazo que de por si había perdido algo con la fricción entra ambos objetos.


-Sólo... un poco... más... ya va a amanecer...


Efectivamente, para cuando dí el tirón que me liberó de mis cadenas, los rayos de un sol ya se asomaban por el horizonte. Temblando de frío, debilidad y entumecimiento me puse de pie con dificultad extrema.


Me limpié la cara con los jirones que quedaban de mi camisa. El brazo derecho estaba bañado en sangre también y resultaba una tortura doblarlo. Tenía la frente totalmente abierta, inumerables raspones y cortadas en todo el cuerpo, pero sobretodo el brazo derecho; el codo estaba practicamente deshecho.


Como pude improvisé un torniquete con los mismos jirones para mi brazo y unas vendas para mi frente. Había perdido mucha sangre; el lugar estaba empapado y me sentía muy debil... sobre todo hambriento.


Maldición... ¿Porque me habían dado también la necesidad de comer en esta experiencia?... Mi estómago rugía y se movía de un lado a otro. Pronto lo congeló de un tajo el pánico.
Por fin había amanecido del todo y para mi horror el lugar donde me encontraba distaba mucho de ser una playa. La roca que me había liberado medía al menos unos cinco metros y era la más pequeña de una serie de peñascos y a unos pasos estaba la desoladora figura de un cactus.


-¡¡NO!!... ¿A QUÉ MALDITO LUGAR ME HAS TRAÍDO?- Me desplomé a llorar en plena arena.


-Conserva la calma... este lugar es un poco más de lo que crees...


Ya no respondí nada y me refugié del sol bajo la sombra de mi roca salvadora. Si las heridas o el hambre no acababan conmigo, lo haría la sed que ya comenzaba a sentir. Supe que era el fin cuando un par de enormes buitres sobrevolaron a unos metros de mi cabeza; el olor a sangre los había atraído.


Pero no eran buitres normales. Eran unas aves descomunales de al menos 2 metros de envergadura, batían sus alas rodéandome y de cuando en cuando bajaban un poco la altura, como revisando cuanto me quedaba de vida.


Súbitamente cambiaron de dirección, atraídos por un cadaver en la cercanía que no había notado hasta ese momento. Parecía muerto recientemente; estaba tirado, con la cara en la arena. Llevaba un bastón de madera y un zurrón raído de cuero como únicas pertenencias. ¡Eso era!, quizás podrían resultar de ultilidad, si aquellas bestias me dejaban acercarme lo suficiente.


Observé pacientemente como devoraron sin piedad al pobre difunto. Desarticulándolo con el pico, arrancando jirones de carne de su cuerpo, dejando solo los huesos que no podían triturar. Partieron con los picos y el plumaje aún manchados de sangre que hacían juego con sus ojos color escarlata.


La escena me repugnó. Estaba ante los huesos sanguinolentos de un muerto. Había ya visto suficiente horror en las últimas horas, pero nada me había preparado para mover los restos óseos y hacerme del equipaje. Con todo respeto y cuidado los aparté y me adueñé de las cosas, que por fortuna habían dejado casi intactas aquellas aves.


Tomé el bastón y arrastré el zurrón a la sombra que me proporcionó un peñasco. Cuando vi su contenido casi estallo de alegría: Una bota llena de líquido, un misterioso trozo de tela amarrado con cuerda y escurriendo grasa, y un cuchillo de combate. Comprobé que el contenido de la bota era agua derramando unas gotas y le di un sorbo; el agua estaba caliente y me raspó un poco la garganta, pues llevaba algunas horas al sol, pero al menos calmó un poco la sed. Con el cuchillo rompí los nudos de la soga y desenvolví un trozo de carne seca y putrefacta de la servillera.
-Peor es nada... no me voy a poner a mordisquear los huesos- me dije mientras examinaba la carne


Era una especie de carne en conserva, aunque parecía en mal estado. El olor picaba la nariz de tan ácido y se deshacía en jirones al intentar usar el cuchillo como tenedor, así que tuve que usar las manos. El tacto era aún más horrible; los dedos se hundían en la carne como si fuera de algún tipo de plastilina. Finalmente le di una mordida y me lo pasé sin saborear.


En la boca me quedó un sabor ácido como ninguno que hubiera probado antes. El estómago me empezó a revolver y el dolor me puso de rodillas.


-No... no otra vez...-suspiré con las manos en el estómago.
-Resiste...


Volví a vaciar el estómago de un solo golpe, la vista se me nubló, caí al suelo aún abrazando mi estómago. Estaba seguro que los buitres volverían en cualquier momento...