miércoles, 27 de octubre de 2010

EA XIV: Ejercicios de rutina

-¡Muévanse… He visto a mi abuela correr más rápido que ustedes!- Gritó Kozlov desde el centro de la cancha de la Staja 84F. Ahora vestido con un conjunto deportivo por demás gracioso: shorts negros y una playera blanca que se transparentaba –muy desagradablemente- con el sudor. Intentó dar la primera vuelta a toda velocidad con ellos, pero el ejercicio que había hecho en la mañana lo había dejado agotado y prefirió animarlos con un megáfono desde su posición.

Todos corrían más o menos al mismo ritmo, aunque como es natural, había un pequeño grupo de rezagados. Uno de ellos cayó de bruces cuando intentó meterle más velocidad.

-No estás tomando el sol en la playa…- Gritó uno de los vigilantes en la orilla de la cancha mientras corría a ayudarle. Le dio la mano y él se frotó la nariz, de donde ya corría un hilo de sangre.
-¡Señor, necesito que venga!- Gritó el vigilante al señor Kozlov
-Llévalo a la enfermería, yo los cuido- Kozlov quiso evitarse la fatiga de llegar a la otra orilla.

El vigilante hizo una seña a su colega que estaba en la otra orilla de la cancha y acompañó al herido a la enfermería. La Staja era bastante grande. Tenía una cancha de fútbol soccer en el centro y a los alrededores estaban las barracas, el auditorio y la enfermería. Todo de un impecable color blanco y vidrios polarizados. Daba la sensación de que los 3 edificios habían sido hechos con un molde.

-¿Nombre…?- Preguntó el vigilante, sin mucho interés….
-George… George Montesco- replicó con la dificultad de una nariz sangrante y un labio roto.

El hombre presionó atrás de su oreja y le contestaron en la recepción. Indicó el ingreso de un accidentado a la enfermería. Siguieron caminando.

-Siéntate, ahorita te atienden- le dijo el vigilante al herido cuando llegaron a la sala de espera y regresó al exterior.

La sala de espera era un lugar sumamente aburrido. Sólo había un sillón negro aterciopelado y la puerta del consultorio. Nada con que entretenerse. George se sentó y observó el ritmo hipnótico de un reloj  que estaba colgado en la pared. Las 12 del día y se preguntaba cuantos tics más harían falta para que lo atendieran.

Tic… tac…. -el sabor de la sangre
Tic… tac… -la sensación de hinchazón y adormecimiento.

Observar el monótono avanzar de las manecillas del reloj le pareció sumamente aburrido luego de los primeros 15 minutos así que probó la cerradura de la puerta del consultorio. Afortunadamente estaba abierta. Curioso como había sido desde niño –lo cual le había dejado un sin número de cicatrices de todos tamaños y profundidades en todo el cuerpo-, no resistió la tentación de entrar a echar un vistazo.

Una humilde caja de cartón le llamó la atención de entre los libreros repletos de libros viejos y empolvados. Una enorme diversidad de objetos encontró dentro. Carteras (resistió exitosamente la tentación de hurtar el efectivo que contenían), algunas prendas de vestir (guantes viudos, bufandas y demás apegos), algunos gadgets y otras cosas un tanto más peculiares: una botella de agua a medio llenar y una libreta de bolsillo eran lo más destado por su singularidad.

Pensó matar el rato leyendo la libreta, así que la abrió respetuosamente.

Propiedad total y absoluta del Canciller H. v. S. Primero: Queda estrictamente prohibido fisgonear.

Esta advertencia, tan ominosamente escrita en letra manuscrita, adornando la primera página, no sirvió de nada para contener la curiosidad de George, al contrario; sólo hizo que de la emoción hasta se le olvidara el dolor facial.

Abandone toda esperanza aquél que cruce esta página…- y un dibujo (bastante detallado) de un dragón en la segunda hoja. El texto parecía cada vez más prometedor. Esa pequeña línea le recordó algo (no sabía bien qué) que le arrancó una sonrisa. Después, a la página siguiente, un pequeño texto escrito todo en letras mayúsculas y con un pulso tembloroso, casi al punto de ser ilegible:

“A LA MUJER QUE AMO:
Y AQUÍ ESTOY... ALLÁ ESTÁS... CON CERTEZA DONDE, NO PODRÍA DECIRLO... PERO SI PUEDO DECIR QUE ESTAS EN MI CORAZÓN, REVOLOTEANDO Y DÁNDOLE VIDA A LO QUE ANTES ERA UN INERTE PEDAZO DE CARBÓN.
¿QUE NO HAS HECHO NADA, DICES?...  NADA MÁS LE HAS PUESTO COLOR A MI MUNDO DURANTE TODO ESTE TIEMPO. YO ERA UN TIPO GRIS Y DERROTISTA, PERO POR TÍ APRENDÍ A VOLAR... A SENTIR QUE PODRÍA HACER TODO LO QUE ME PROPUSIERA. 
HEMOS TENIDO NUESTRAS DIFERENCIAS, ¡COMO NO!, PERO AFORTUNADAMENTE LAS HEMOS SABIDO RESOLVER, PUES CREO QUE SON MÁS LAS COSAS QUE NOS UNEN QUE AQUELLAS QUE NOS HAN INTENTADO SEPARAR.
Y HEME AQUÍ, A PUNTO DE PARTIR A LOS PUERTOS GRISES, A PELEAR LA BATALLA DE MI VIDA; PERO CREO QUE PODRÉ PUES ANTES YA ME HE ENCONTRADO A MI MISMO, Y TODO GRACIAS A TÍ.
YO TE SEGUIRÉ AMANDO, TE SEGUIRÉ ANHELANDO COMO EL MARINERO QUE AÑORA SU PUEBLO NATAL MIENTRAS PARTE A LO DESCONOCIDO.
Y VAYA QUE TE SEGUIRÉ VISITANDO DE CUANDO EN CUANDO, PUES NO QUIERO PERDERTE... NI UNA VEZ MÁS...“

Ese texto le enterneció de sobremanera, al grado de sentirse identificado. No conocía físicamente al autor, pero leyendo esas pocas líneas ya sabía que era de esas pocas personas que aún es consciente de la llama de su corazón.

Siguió ojeando la libretita y las letras danzaban frenéticamente entre las cuadrículas. A veces todas mayúsculas, a veces manuscrita. Otras ni siquiera se alcanzaban a identificar los garabatos entre dibujos obsesivamente elaborados. Precisamente un dibujo fue lo que le llamó en una de las hojas de en medio. Un hombre con un sombrero de copa y una gabardina bajo la lluvia; con una espada medieval en la mano que desentonaba con su misterioso atuendo.

“MANIFESTO NO. 14: ¡¡¡Y AQUÍ ME TIENES, ETERNO PROVEEDOR DE HERALDOS NEGROS!!!
TE PIDO LUZ, TE PIDO ESPERANZA Y TODO LO QUE ME DAS ES UNA MANO QUE ME AYUDA A LEVANTARME DESPUÉS QUE ME HA AZOTADO CON TODO, PARA LUEGO RETIRARLA CUANDO ESTOY APUNTO DE CONFIARME Y ASIRME DE ELLA...
¡TE RETO PUES! MALDITO DESTINO... COMO EL MARINERO QUE RETA AL MAR PARA NO VOLVER, DEJANDO SU AMARGA CARGA DE DERROTAS EN EL PUERTO. SEA PUES ÉSTA LA DECLARACIÓN DE GUERRA DE MIS HUMILDES ESPADAS CONTRA TUS BÁRBAROS ATILAS, MONTADOS EN LAS BESTIAS LLENAS DE ODIO Y DE RENCOR.
AL FIN QUE SI MUERO AL CANTO DE TUS ARMAS O AL FUEGO DE TU RABIA... SÓLO ME LIBERTAS DE ESTA PODRIDA EXISTENCIA Y AL FIN... AL FIN TE HABRÉ GANADO... Y MI ALMA... NEGRA COMO LAS PRUEBAS QUE ME PONES... TE SEGUIRÁ POR SIEMPRE, NO DEJÁNDOTE LUCIR TU ETERNA MAGNIFICENCIA... OPACANDO TU PERFIDIA Y TU EXCELENCIA... HACIENDO MOFA Y VERGUENZA DE TU MISERABLE OMNIPOTENCIA...”

Ese pequeño texto le movió aún más que el primero e instintivamente abrazó la libreta, como queriendo reconfortar de algún modo a su autor. Miró de reojo avergonzado para verificar que nadie lo hubiera visto y se la guardó en el bolsillo, definitivamente debía conocer a su dueño.
Siguió fisgoneando en la enfermería y entre varios aparatos, de los cuales desconocía en su totalidad su funcionamiento y propósito, encontró precisamente lo que buscaba; el cauterizador de heridas. No iba a esperar a que llegara la enfermera, tenía el labio lo suficientemente hinchado; así que enchufó el armatoste  al contacto de la lámpara del escritorio.

Lo tomó cuidadosamente del mango de goma negra y esperó a que el indicador de la barra de acero del otro extremo tomara una coloración morada. Esto quería decir que el aparato estaba emitiendo la cantidad adecuada de calor como para cerrar heridas pequeñas al contacto. Con todo cuidado hurgó en la parte interna de su labio para identificar el corte y sellarlo, así mismo con la nariz. La sensación era desagradable: adormecimiento y hormigueo mientras la piel abierta se cerraba, pero al menos el aparato garantizaba no dejar cicatriz.

Sin embargo la nariz le seguía doliendo bastante, probablemente estaría rota. Pasó su dedo por el puente y un desagradable crujido lo confirmó: A pesar de ya no sangrar, seguía teniendo el problema de un tabique hecho pedazos. Ahora que ya no sangraba, la sangre se empezaría a acumular e iba a doler cada vez más. Un anestésico era lo que buscaba ahora, impaciente como siempre había sido se puso a buscar en toda la habitación.

Un frasco de Resignotol en la mesa, aún no había tomado ninguna, pero sabía de oídas que curaba los dolores morales. Probablemente una pastilla lo haría sentir un poco mejor así que se la tragó en seco. Seguía doliendo, pero ahora al menos sentía una agradable sensación de confort. ¿Por qué no tomar otra?... ¿O un par más?... –siempre tuvo el miso problema con las sustancias psicoactivas- así que se tomó un puñado de pastillas. La sensación de comodidad se volvió un estado de éxtasis: de pronto el tiempo parecía escurrirse; las manecillas del reloj en la pared de la enfermería caminaban arrastrando los pies y los movimientos de sus manos parecían tremendamente aletargados. Sintió una agradable pesadez en los párpados y los cerró, cayendo sobre la mesa del consultorio y haciendo trizas el bonito pisapapeles de cristal cortado.
***

Aquella tarde el auditorio no tenía demasiada gente, pero Kozlov comenzó tan elocuente como siempre. A penas una decena de jóvenes escuchaban atentamente desde sus asientos, con las caras largas de los recién llegados.

            -Muy buenas tardes señores, sean bienvenidos a su nueva vida…

Sonó una melodía en los altoparlantes y el proyector holográfico desplegó el logotipo de Enamorados Anónimos por encima de la cabeza de Mr. Kozlov.

            -Seguramente no lo creerán, pero yo conozco su angustia… yo he estado en la misma situación que ustedes. Probé las misma desesperación y toqué el mismo fondo –dijo en una excelente interpretación histriónica, al punto que uno llegaba a olvidar que él mismo era uno de los responsables de la creación de El Enamoramiento-; es por esto que fundé un lugar para ayudarnos a todos. Para ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos…

Entonces se apagaron las luces y se proyectó una imagen tridimensional de las instalaciones de la staja y una voz electrónica enumeró los servicios que ofrecía:

“El programa de 17 días de internamiento y recuperación incluyen:
·         Internamiento en las mejores instalaciones
·         3 comidas al día
·         Terapia ocupacional en diversas actividades recreativas y talleres
·         Ejercicio diario al aire libre
Bienvenidos al inicio de su nueva vida”

Las luces se volvieron a prender y el proyector holográfico se apagó dejando solamente a Mr. Kozlov en el centro del estrado con un micrófono.

            -Y ahora, comencemos dándole la bienvenida a los seis nuevos integrantes de este programa… cada uno nos contará un poco de su vida y de cómo decidió venir aquí…-Sin embargo en la cola para subir al estrado solamente había 5 jóvenes. Muy seguramente  el otro se había arrepentido.

Cada uno hizo su respectiva presentación. Nombre, edad y cómo habían llegado ahí, acompañados de los incisivos comentarios de Mr. Koslov para “romper el hielo”. En su gran mayoría los que entraban eran hombres de entre 15 y 25 años; la edad perfecta  para iniciarse en los vicios del enamoramiento.

Para cuando terminaron y se les había asignado un catre en las barracas, ya había anochecido y Kozlov se preparaba a marcharse. Una visita rápida al sanitario y luego una caminata de regreso a casa para cenar algo instantáneo como todas las noches.

            -Señor, que bueno que nos honró con su visita esta noche…- le interrumpió el médico de la Staja tocándole el hombro por detrás mientras caminaba por el pasillo de salida- Sin embargo, debo informarle algo…-tenso como estaba, el doctor Reiniger jugó con sus manos en los bolsillos de su bata.

            -¿Qué puede ser tan grave?... ¿No puede esperar a mañana?
            -Me temo que no, señor… venga conmigo a la enfermería para decirle con todo detalle.
            -Está bien, pero que sea pronto…
            -Es un asunto más bien de vida o muerte… algo muy delicado.

Salieron del edificio del auditorio y caminaron al de la enfermería. Subieron en el ascensor hasta la sala de urgencias. Kozlov ya empezaba a sentir algo de intranquilidad cuando el médico se detuvo en la habitación 203 y abrió la puerta.

            -Venga… por aquí- ambos pasaron y el médico encontró el ángulo perfecto de la habitación para que no los tomaran las cámaras. Discretamente desconectó el comunicador que había a lado de la puerta.

            -¿Pero qué…?- sorprendido de que el doctor Reiniger supiera de la existencia de la cámara y de cómo desconectar el comunicador.

            -Shhhh… necesito su discreción absoluta… si algo saliera mal, lo último que queremos es tener evidencia en contra nuestra… necesito que me escuche muy atentamente.

Kozlov quedó perplejo cuando el médico encendió las luces. Había un hombre en la cama, conectado al pulmón artificial y con sondas para checar signos vitales por todas partes.

            -Hace tres días ingresó este paciente… al parecer… algo salió “mal” cuando tomó su primer dosis de Resignotol… -le explicó en un murmullo casi al oído, notablemente nervioso- lo encontramos tirado en el suelo de las barracas… su estado es bastante grave… está en coma y no hemos obtenido ninguna señal cerebral que indique mejoría…

El cofundador de KZM Pharmaceutics comprendió inmediatamente las implicaciones legales de un caso así: la lluvia de demandas, la intromisión de la prensa… la probable quiebra y el fin de sus sueños.

            -¿¡PERO QUÉ DIABLOS SALIÓ MAL!?- se sobresaltó y alzó la voz ignorando el sigilo en el que se mantenían. Se puso rojo de furia hasta la calva.
            -Tranquilo, tranquilo… afortunadamente aún no se ha cumplido su tiempo de rehabilitación y nadie ha venido a visitarlo… tenemos tiempo para que reaccione…
            -¿Pero y si no?...
            -No diga eso, señor… afortunadamente tenemos tecnología de punta y contamos con el equipo necesario para hacerle frente a esta contingencia.
            -Llamaremos a los médicos que tengan sean necesarios y compraré su silencio al precio que me salga… no podemos arriesgarnos a que esto salga a la luz
            -Lo sé señor…

Apagaron la luz, cerraron la habitación y subieron de nuevo al ascensor.

            -¿Y a todo esto… como se llama el pobre infeliz?- Preguntó Kozlov para romper el silencio, un tanto incómodo.
            -Es un tal Heinrich… Heinrich von Strauss