domingo, 27 de septiembre de 2009

EA X: El renacimiento de los recuerdo


-Dime... ¿Recuerdas la primera vez que te enamoraste?...
Fue su voz que retumbaba en mi mente lo que me sacó del limbo en el que estaba. Los días habían sido confusos, cada uno idéntico al anterior: un intenso dolor en todo el cuerpo cada que recuperaba la conciencia. Un cuarto de hospital -a veces níveo, esteril y con olor a formol; a veces el olvidado cuarto de algún barbero y sus menjurges- se entreveía cada que abría los ojos.
-Fue muy grato ¿No es cierto?... todos recordamos ese momento en la vida y el rostro nos irradía una luz de naturaleza casi sagrada... sale lo mejor de nosotros como una fuente...
Sí, pero más bien una sonrisa amarga y a medio dibujar se dibujó en mis labios partidos. Era yo a penas un crío, es cierto, lo recuerdo muy bien. Estábamos en el colegio y ella se sentaba en el pupitre de a lado en casi todas las clases.

Era una bendición sentarme a su lado; ella tan fresca, tan radiante y tan ignorante de mi pueril devoción. Al principio no sabía ni mi nombre, pero eventualmente nos hicimos grandes amigos y pasábamos la hora del receso juntos.

-...Y sin embargo ¿Qué sucedió cuando le dijiste la verdad que guardaba tu corazón?...

Apreté más los ojos y los labios cerrados lanzando un quejido sordo. Sentí como si me hubiera vuelto a romper el corazón. Habían pasado casi 10 años desde aquella tarde, pero la recordaba como si acabara de pasar.

Fue precisamente el último día de clases. La canícula había terminado y disfrutábamos de la frescura del pasto del patio principal. En toda mi inocencia -y siguiendo viejos clichès- había metido de contrabando una rosa a mi mochila y tenía pensado entregársela junto con una carta -mal escrita, pero sincera- a la hora de la salida.

Así me le quedé viendo a sus dulcísimos ojos, la tomé de las manos un segundo y con media voz le dije tímidamente:

-Este... te escribí algo... toma...

Temblando y con las manos sudorosas entrebusqué en mi mochila la rosa y la carta para dársela. Para sorpresa mía ambas se habían maltratado un poco.

-¿Qué es?... apúrate que tengo que irme...

Sonó el claxon de un auto desde el estacionamiento y pude escuchar claramente como una señora -probablemente su madre- gritaba su nombre.

Apresuradamente le di ambos presentes y aún temblando nos despedimos; ella aún con su cara de sorpresa y yo con mi cara de ausente. Sólo que ninguno de los dos sabía que sería para siempre. Se mudaron y jamás volví a saber de ella de nuevo.

-Seguramente te preguntarás que hubiera pasado... es natural para las historias que no concluyen como uno quisiera. Sin embargo eso ya pasó y después de ella hubieron muchas más... ¿O me equivoco?- No me gustó el tono de su “voz”, que se había tornado francamente burlona.
Tristemente no se equivocaba. Ella tan sólo había sido la primera de muchas. Cada ciclo escolar me inscribían a un nuevo grupo, lo que significaba que conocería nuevos compañeros, nuevas chicas y por supuesto: nuevos dolores.

Simplemente no lo podía controlar. Era demasiado sensible, demasiado infantil. Según yo recuerdo la apariencia nunca me importó demasiado: me enamoraba lo mismo de altas, bajitas, de éxoticas bellezas que de futuras super modelos. No... nada de eso importaba; yo siempre me fijé en su alma, en su ser. Tendrían que tener un “algo” que las diferenciara del montón. Algo que no lograba comprender del todo y que quizás era la raíz de todos estos problemas.

-Así que no te fijabas en la apariencia... ¿eh?... -soltó una carcajada burlona-¿Entonces porque me dedicabas poesías tan barrocas, donde exaltabas tanto mi belleza?-

No supe que responder al momento, simplemente me quedé callado en medio de la nada donde flotaba. Una vez más con los ojos cerrados y abandonado a mi destino en una desconocida y mullida cama. El penetrante olor del vinagre me hacía seguir conciente.

Intenté entonces recordar como había empezado todo con “ella” en específico. A pesar de que era relativamente reciente se me escapaban los detalles como el agua entre las manos del sediento.

Habían sucedido 2 años antes de que me internara. Habíamos tomado un curso juntos, yo me había quedado prendado de ella desde el primer momento. Su mirada enmarcada por esos lentes que le daban un marcado aire intelectual me habían atrapado.

Podía recordar la tarde en la que eché todo a perder. Estábamos en su casa, misteriosamente solos; pues había que estudiar para un examen al día siguiente. Entonces yo le pregunté.

-¿Qué harías si yo te robara un beso?- Interrumpiendo la concentración en un problema típico de la geometría analítica.

-Hay cosas que no se piden; simplemente se toman- Me dijo ella con un aire misterioso.

Seguimos estudiando hasta altas horas de la noche sobre el mismo tema. Ya cansados y hartos descansamos un poco en el sofá de su casa. Ella se acurrucó en mis brazos -o mejor dicho, no opuso resistencia cuando rodee su cintura- y nos quedamos en silencio, en parte por el sueño conjugado con el cansancio de ambos. Entonces aproveché para probar sus labios por vez primera... para probar unos labios por vez primera.

Fue sólo un instante. Evidentemente no lo esperaba y no reaccionó a tiempo. Quizás si no hubiera tenido los ojos parcialmente cerrados me hubiera rechazado en cuanto me acercara a una distancia incómoda.

Cuando nos separamos solté absolutamente todo lo que tenía dentro de mí: lo mucho que me gustaba, lo mucho que me importaba, lo seguro que me sentía con ella y culminé diciendo también mi primer “te amo”... el primero ante su atónita mirada.

No recuerdo mucho de lo sucedido aquella noche, pero de lo que si estoy bien seguro fue que me hizo jurarle que no le contaría nada a nadie y que volvería a casa cargando la enorme lozeta de la derrota en mis espaldas bajo la tormenta de una media noche que para mí nunca terminó. Una media noche intranquila y de agridulce sabor. La felicidad de haberme entregado en un beso, aunque fuese robado; y la amargura de que no volvería a suceder.

-Bien que te acuerdas...- suspiró de modo despectivo, como con lástima- Pero efectivamente hay cosas que no se piden... solo se toman...

-Toma mi mano... está despertando- Escuché una voz de mujer que me hizo abrir los ojos.

A la que le estaba tomando la voz era una mujer con un vestido largo y rojo como de terciopelo, con un corset verde amarrado con hilos dorados que hacían juego con su cabellera. Sus ojos verdes reflejaron la alegría de alguien que ha visto a un muerto resucitar.

Me sentía debil y adolorido, pero de todas formas me senté. Tenía el torso desnudo y lleno de cicatrices de quemaduras, al igual que los brazos.

-¿Qué hago aquí?... ¿Sigo en la clínica?
-Estáis en la posada de Sir Aldous-Dürrenmatt, el barbero del pueblo... Yo soy la enfermera encargada de cuidarte.
-¿Puedo preguntarle donde estamos?... ¿Geográficamente?
-¿De que hablaís?... No entiendo... pero llamaré a Aldous, mi esposo, seguramente el podrá responder a vuestra pregunta, con vuestro permiso- hizo una pequeña reverencia, se dio media vuelta y salió de la habitación.

Seguí intentando recordar lo que sucedió después. Eventualmente mi relación con ella fue decayendo; la frustración de no tenerla contribuyó, pero ella le dio la puñalada final. De tener una sólida amistad, pasamos a una lucha cada que nos veíamos. Ella me trataba como la punta del pie y yo seguía con mis patéticos intentos de regresarla a mi lado.

Sí... así empezó todo. Luego caí en una honda depresión y me hundí en mi propia miseria; dejé de creer en mi mismo, carecía de motivación y casi abandono la facultad en la que obtenía pésimos resultados.
Entonces, sólo cuando toqué fondo fue que busqué ayuda... sólo cuando me vi quemando basura a fuera de un bar decidí rescatarme a mi mismo. Es gracioso como la esperanza siempre se queda al fondo de la caja de pandora.

EA IX: Terceras personas

-Pájaros a 50 pies, justo frente a nosotros. ¡Prepara el arpón!- gritó el capitan.
-Sí, señor- respondió Jack, uno de los soldados más hábiles de su tropa

Iban a caballo 2 hombres uniformados y con un mosquetón en la espalda, lidereando a un pequeño regimiento de una decena de hombres que cruzaban el desierto buscando a otros de sus hombres que llevaban un par de días de retraso.

Todos pararon en seco. De la carreta sacaron un pesado artefacto de acero. Pusieron el tripie en la arena; austaron el ángulo de disparo, retacaron el cañon de pólvora, pusieron una mecha e insertaron un harpón.

-Harpón listo

El capitan bajó de su caballo y sacó un poco de rapé que llevaba consigo. Llevaban todo el día en la misión de búsqueda y llevar comida de vuelta a la base valía mucho más que completar una simple misión de rutina.

La torreta medía un poco más de metro y medio y era lo último en tecnología militar. Desde luego era experimental: muchos desconfiaban del uso de la pólvora por sus orígenes más bien arcanos. Sin embargo Jack sabía usarla a la perfección, pues él mismo había ayudado a diseñarla, así que alineó la mira con una de las aves y con un sonoro y certero disparo la derribó del aire, enganchándola.

-¡Blanco afirmativo! ¡Denle vueltas a la manivela.

Tres hombres le dieron vuelta a la manivela que enrollaba la soga a un cilindro de acero, arrastrando al ave hacia ellos.
El capitan subió a la carreta por unos binoculares para observar los alrededores. No tanto porque
buscara algo en particular, si no porque no había nada mejor que hacer. Nada en el horizonte, excepto
arena y cactus ya que las otras aves de la parvada se habían ahuyentado.

-Listo señor, pero no va a creer...-Jack se quedó mudo a media frase señalando el cadaver aún enganchado en la arena.
-¿Qué tiene de extraordinario?-El capitán escupió al suelo y se aproximó al pájaro.

Con casi 2 metros de envergadura, un plumaje exclusivamente negro, patas negras y escamosas no
había poca cosa de la cual sorprenderse. Pero desde que llegaron a aquél lugar hacía 10 años ya se
habían acostumbrado bastante al tipo de flora y fauna fantástica que los rodeaba. Lo realmente
preocupante era lo que llevaba dentro del dentado pico, salpicado de sangre: nada más y nada menos
que un dedo humano.

-¡Por todos los demonios...! ¡Suban a los caballos!... Vamos ahora mismo... Quizas sea...

Guardaron prontamente el cañón en la carreta, montaron sus caballos y arrancaron a la zona donde sobrevolaba la parvada. Bajaron a revisar y detras de unas piedras encontraron más restos humanos y algunas de sus pertenencias.

-Tal como me lo temía, soldado... es la compañía que enviamos a explorar el mes pasado. Mira...


Le pasó a Jack un casco que en efecto, tenía el escudo de armas de su antiguo reino. También regadas a su alrededor provisiones: zurrones, paquetes de pólvora, algunas armas regadas y algunos de esos bastones misteriosos que habían encontrado en las ruinas donde fundaron su pueblo.

-Creo que podríamos usar algo de esto. Lleve todo lo que sirva a la carreta... traiga una pala para enterrar lo que queda de estos pobres bastardos.

Revisaron todo. Hallaron alguno de comida caducada y maloliente. Lo realmente misterioso fue encontrar las cantimploras casi intactas.

-Pues de sed no murieron, señor... las provisiones de agua son abundantes- Le dijo uno de sus hombres, pasándole una bota totalmente llena.
-¿Qué demonios pasó entonces?...-Se preguntó horrorizado el capitan mientras paseaba sus impacientes
dedos entre su desaliñada barba.
-Hay cosas que es mejor no preguntarse, señor...-Respondió otro, quitándose el casco en señal de respeto y persinándose.

Empacaron munición, el agua y los bastones. A unos cuantos pasos cavaron un hoyo lo suficientemente
profundo para que sirviera de fosa común y depositaron los restos. Dejaron simbólicamente los mosquetones a medio enterrar a la cabeza de la tumba coronados por los cascos que encontraron.

Estaban a punto de subirse de vuelta al camión cuando el capitán notó que algo se movía.

-¿Ves eso de allá?-Un soldado le señaló a Jack un montículo de arena-¡Se acaba de mover!

Fueron a ver y efectivamente encontraron un hombre aún con vida parcialmente enterrado en la arena.

-Aún respira, pero tiene graves quemaduras en todo el cuerpo... vamos a llevarlo a la enfermería.

Entre los 2 subieron a aquél hombre inconciente a la carreta, acomodándolo en la parte de atrás junto al
ave. Efectivamente estaba horriblemente quemado por el sol, como si hubiera pasado días enteros a la
interperie. Su torso desnudo estaba lleno de sangre, tenía un improvisado torniquete en el brazo y unos
vendajes en la frente.
Llegaron en unos cuantos minutos de vuelta a la base

-Bienvenido, Capitan Berg- El soldado que cuidaba la entrada se retiró de su emposte para que pasara la compañía.
-Tenemos un hombre herido, avisa a la posada de Dürrenmatt...-respondió un cadete que estaba en la carreta.
-Sí señor- hizo un saludo marcial y corrió a la enfermería

La base en sí era un auténtico prodigio. Había en total 4 guarniciones con una pequeña torre de vigilancia cada una para proteger a la incipiente cuidad de cualquier ataque. Cada una contaba también con una pequeña armería y un hospital en sus facilidades.
Al llegar a la posada, el capitan Berg y Jack bajaron a aquel hombre en una improvisada camilla que hicieron con el techo de la carreta y fueron directamente con Sir Aldous; el barbero del pueblo, quien lo recibió de inmediato.


-Inconciente, respira lento... tiene quemaduras graves en todo el cuerpo, ha perdido muchos liquidos- removió el trapo de su brazo- herida infectada en el codo derecho... ¿Dónde lo han encontrado?- Preguntó Dürrenmatt luego de un vistazo inicial.
-A unos 20 kilómetros al norte de aquí... -contestó Jack.
-¿Tienen idea de quien pudiera ser?- preguntó mientras le pasaba un trapo empapado en vinagre por las heridas a aquel hombre-

Ambos hombres negaron con la cabeza. Fuera quien fuera sentían realmente pena por él.