-Dime... ¿Recuerdas la primera vez que te enamoraste?...
Fue su voz que retumbaba en mi mente lo que me sacó del limbo en el que estaba. Los días habían sido confusos, cada uno idéntico al anterior: un intenso dolor en todo el cuerpo cada que recuperaba la conciencia. Un cuarto de hospital -a veces níveo, esteril y con olor a formol; a veces el olvidado cuarto de algún barbero y sus menjurges- se entreveía cada que abría los ojos.
-Fue muy grato ¿No es cierto?... todos recordamos ese momento en la vida y el rostro nos irradía una luz de naturaleza casi sagrada... sale lo mejor de nosotros como una fuente...
Sí, pero más bien una sonrisa amarga y a medio dibujar se dibujó en mis labios partidos. Era yo a penas un crío, es cierto, lo recuerdo muy bien. Estábamos en el colegio y ella se sentaba en el pupitre de a lado en casi todas las clases.
Era una bendición sentarme a su lado; ella tan fresca, tan radiante y tan ignorante de mi pueril devoción. Al principio no sabía ni mi nombre, pero eventualmente nos hicimos grandes amigos y pasábamos la hora del receso juntos.
-...Y sin embargo ¿Qué sucedió cuando le dijiste la verdad que guardaba tu corazón?...
Apreté más los ojos y los labios cerrados lanzando un quejido sordo. Sentí como si me hubiera vuelto a romper el corazón. Habían pasado casi 10 años desde aquella tarde, pero la recordaba como si acabara de pasar.
Fue precisamente el último día de clases. La canícula había terminado y disfrutábamos de la frescura del pasto del patio principal. En toda mi inocencia -y siguiendo viejos clichès- había metido de contrabando una rosa a mi mochila y tenía pensado entregársela junto con una carta -mal escrita, pero sincera- a la hora de la salida.
Así me le quedé viendo a sus dulcísimos ojos, la tomé de las manos un segundo y con media voz le dije tímidamente:
-Este... te escribí algo... toma...
Temblando y con las manos sudorosas entrebusqué en mi mochila la rosa y la carta para dársela. Para sorpresa mía ambas se habían maltratado un poco.
-¿Qué es?... apúrate que tengo que irme...
Sonó el claxon de un auto desde el estacionamiento y pude escuchar claramente como una señora -probablemente su madre- gritaba su nombre.
Apresuradamente le di ambos presentes y aún temblando nos despedimos; ella aún con su cara de sorpresa y yo con mi cara de ausente. Sólo que ninguno de los dos sabía que sería para siempre. Se mudaron y jamás volví a saber de ella de nuevo.
-Seguramente te preguntarás que hubiera pasado... es natural para las historias que no concluyen como uno quisiera. Sin embargo eso ya pasó y después de ella hubieron muchas más... ¿O me equivoco?- No me gustó el tono de su “voz”, que se había tornado francamente burlona.
Tristemente no se equivocaba. Ella tan sólo había sido la primera de muchas. Cada ciclo escolar me inscribían a un nuevo grupo, lo que significaba que conocería nuevos compañeros, nuevas chicas y por supuesto: nuevos dolores.
Simplemente no lo podía controlar. Era demasiado sensible, demasiado infantil. Según yo recuerdo la apariencia nunca me importó demasiado: me enamoraba lo mismo de altas, bajitas, de éxoticas bellezas que de futuras super modelos. No... nada de eso importaba; yo siempre me fijé en su alma, en su ser. Tendrían que tener un “algo” que las diferenciara del montón. Algo que no lograba comprender del todo y que quizás era la raíz de todos estos problemas.
-Así que no te fijabas en la apariencia... ¿eh?... -soltó una carcajada burlona-¿Entonces porque me dedicabas poesías tan barrocas, donde exaltabas tanto mi belleza?-
No supe que responder al momento, simplemente me quedé callado en medio de la nada donde flotaba. Una vez más con los ojos cerrados y abandonado a mi destino en una desconocida y mullida cama. El penetrante olor del vinagre me hacía seguir conciente.
Intenté entonces recordar como había empezado todo con “ella” en específico. A pesar de que era relativamente reciente se me escapaban los detalles como el agua entre las manos del sediento.
Habían sucedido 2 años antes de que me internara. Habíamos tomado un curso juntos, yo me había quedado prendado de ella desde el primer momento. Su mirada enmarcada por esos lentes que le daban un marcado aire intelectual me habían atrapado.
Podía recordar la tarde en la que eché todo a perder. Estábamos en su casa, misteriosamente solos; pues había que estudiar para un examen al día siguiente. Entonces yo le pregunté.
-¿Qué harías si yo te robara un beso?- Interrumpiendo la concentración en un problema típico de la geometría analítica.
-Hay cosas que no se piden; simplemente se toman- Me dijo ella con un aire misterioso.
Seguimos estudiando hasta altas horas de la noche sobre el mismo tema. Ya cansados y hartos descansamos un poco en el sofá de su casa. Ella se acurrucó en mis brazos -o mejor dicho, no opuso resistencia cuando rodee su cintura- y nos quedamos en silencio, en parte por el sueño conjugado con el cansancio de ambos. Entonces aproveché para probar sus labios por vez primera... para probar unos labios por vez primera.
Fue sólo un instante. Evidentemente no lo esperaba y no reaccionó a tiempo. Quizás si no hubiera tenido los ojos parcialmente cerrados me hubiera rechazado en cuanto me acercara a una distancia incómoda.
Cuando nos separamos solté absolutamente todo lo que tenía dentro de mí: lo mucho que me gustaba, lo mucho que me importaba, lo seguro que me sentía con ella y culminé diciendo también mi primer “te amo”... el primero ante su atónita mirada.
No recuerdo mucho de lo sucedido aquella noche, pero de lo que si estoy bien seguro fue que me hizo jurarle que no le contaría nada a nadie y que volvería a casa cargando la enorme lozeta de la derrota en mis espaldas bajo la tormenta de una media noche que para mí nunca terminó. Una media noche intranquila y de agridulce sabor. La felicidad de haberme entregado en un beso, aunque fuese robado; y la amargura de que no volvería a suceder.
-Bien que te acuerdas...- suspiró de modo despectivo, como con lástima- Pero efectivamente hay cosas que no se piden... solo se toman...
-Toma mi mano... está despertando- Escuché una voz de mujer que me hizo abrir los ojos.
A la que le estaba tomando la voz era una mujer con un vestido largo y rojo como de terciopelo, con un corset verde amarrado con hilos dorados que hacían juego con su cabellera. Sus ojos verdes reflejaron la alegría de alguien que ha visto a un muerto resucitar.
Me sentía debil y adolorido, pero de todas formas me senté. Tenía el torso desnudo y lleno de cicatrices de quemaduras, al igual que los brazos.
-¿Qué hago aquí?... ¿Sigo en la clínica?
-Estáis en la posada de Sir Aldous-Dürrenmatt, el barbero del pueblo... Yo soy la enfermera encargada de cuidarte.
-¿Puedo preguntarle donde estamos?... ¿Geográficamente?
-¿De que hablaís?... No entiendo... pero llamaré a Aldous, mi esposo, seguramente el podrá responder a vuestra pregunta, con vuestro permiso- hizo una pequeña reverencia, se dio media vuelta y salió de la habitación.
Seguí intentando recordar lo que sucedió después. Eventualmente mi relación con ella fue decayendo; la frustración de no tenerla contribuyó, pero ella le dio la puñalada final. De tener una sólida amistad, pasamos a una lucha cada que nos veíamos. Ella me trataba como la punta del pie y yo seguía con mis patéticos intentos de regresarla a mi lado.
Sí... así empezó todo. Luego caí en una honda depresión y me hundí en mi propia miseria; dejé de creer en mi mismo, carecía de motivación y casi abandono la facultad en la que obtenía pésimos resultados.
Entonces, sólo cuando toqué fondo fue que busqué ayuda... sólo cuando me vi quemando basura a fuera de un bar decidí rescatarme a mi mismo. Es gracioso como la esperanza siempre se queda al fondo de la caja de pandora.