viernes, 27 de agosto de 2010

EA XIII: Retrospectivas


Mr. Kozlov podía ser tachado de ser un hombre arrogante y terco. Pero eran precisamente estas propiedades tan curiosas lo que lo habían hecho sobresalir en los malos ratos. Llovía copiosamente aquella mañana, pero él,  en un titánico esfuerzo por perder peso, estaba decidido a trotar hasta la oficina como lo hacía por las mañanas desde la semana pasada.
Puso música relajante en su Dispositivo Medular Universal (actualizado con lo último de la librería musical del momento apenas la noche pasada mientras dormía) y salió de su departamento mucho antes del amanecer. La lluvia le restaba movilidad y visibilidad, pero qué más daba.
Llovía como aquél día en el que se selló su destino, veinte largos años atrás. Intentaba parecer imperturbable y estoico ante las multitudes  precisamente por la naturaleza de su trabajo –no podía ir por la vida pregonándole a los demás que sean fríos y fuertes si no comenzaba consigo mismo- pero éste era uno de esos momentos en los que, estando solo, se internaba en las tierras del “hubiera”.
Dos décadas atrás él estaba felizmente casado con la hermosa Isolda. ¡Cómo fue feliz a su lado!... Lo tenía todo: un trabajo estable, una vida académica envidiable (doctorado antes de los 30 era casi un record) y una mujer que siempre lo amó hasta las últimas consecuencias. Esa precisamente fue la época más feliz de su vida. Por las mañanas lo despertaban con un beso y un desayuno nutritivo y balanceado. Ambos se iban a trabajar, él en su consultorio –era psiquiatra- y ella al suyo –era algún tipo de médico que él nunca se tomó la molestia de averiguar con exactitud-. Después llegaba por la noche y ella era tan maravillosa que ya tenía la mesa puesta para él. Cenaban y ocasionalmente hacían el amor hasta que les agarraba el sueño y al día siguiente la misma rutina. Todos esos pequeños detalles que él siempre había pasado por alto, ahora resultaban una gloria pasada que Kozlov secretamente anhelaba cada mañana al despertar en su cama individual, en su departamento individual y seguir con su solitaria rutina individual. Por supuesto, a pesar de su edad –entrados los cuarenta- nunca le faltaron amantes, pero eso nunca fue suficiente...
Sí, las amantes, precisamente… nunca fueron suficientes. A los pocos meses de haberse casado y vivir juntos él comenzó a llegar tarde a casa, primero los viernes solamente, luego cada tercer día y al cabo de unas semanas era raro verlo en casa antes de las diez de la noche. Su mujer le reprochó a un principio, pero Kozlov siempre se salía de la tangente con una excusa barata para salirse con compañeras de trabajo o incluso alumnas cuando impartía clases en la universidad. Después vino lo peor.
Justo cuando las cosas estaban más tensas, con las peleas y los reproches a la alta, las acciones que había invertido en telefonía cayeron (la telefonía ya había quedado obsoleta con los nuevos dispositivos cerebrales, aún en su etapa experimental, pero él no quiso hacer caso y de cualquier forma compró las acciones a un precio exorbitante) y los dejaron en la ruina. Tuvieron que vender la casa y mudarse a una mucho más modesta, ahora pagando renta y trabajando horas extra. Fue el momento en el que ambos debieron estar más unidos y encontrar una solución juntos, pero Isolda se fue a vivir con sus padres y fue algo que Kozlov jamás le perdonó.
Su relación pendía de un fragilísimo hilo que el destino se encargó de cortar con sus tijeras de la desgracia. A los 2 meses de estar separados, un mal domingo Isolda decidió visitar a su esposo para darle la noticia de que estaba embarazada. Pensó ilusamente que la noticia haría que su relación volviera a ser como al principio, incluso le había perdonado su alocada inversión en tecnología que había sido desplazada al menos hacía 50 años, pero cometió una indiscreción que le costó el corazón. Abrió la puerta –una buena señal: no había cambiado la cerradura- y al no verlo en la sala viendo la tele, cerveza en mano, como acostumbraba hacer, entró a una habitación para encontrarlo en la cama con otra.
-¡Quien demonios es ella!... contesta ahora mismo…- ni siquiera gritó. El tono en que lo digo le perforó el alma como una bala de francotirador al pecho.
-Tú… tú te largaste con tus padres… yo no pensé que volverías…- Kozlov intentaba cubrir su impudicia y la identidad de su amante en turno con las sábanas.
-Quiero que sepas que tu hijo jamás conocerá al cerdo de su padre… te doy exactamente veinte minutos para que saques a esta puta de aquí, te vistas y vayamos a la notaría más cercana… quiero el divorcio antes de que nazca, para no andar con pendejadas de quien se queda con la custodia, ¿Me escuchaste?- Dijo todo esto, sin dejar de verlo a los ojos. Con una decisión y una frialdad que parecía una sentencia de muerte. Azotó la puerta y subió al auto. No quería toparse en persona con la amante.
Fue la única vez que Kozlov se arrodilló ante alguien y de cualquier modo de nada sirvió. No se divorciaron ese mismo día. Él dio una férrea batalla legal y tras 2 meses de defender lo indefendible acabó firmando la última acta. Jamás volvió a ver a Isolda ni a su hijo. Los buscó por todo el mundo, pero era como si se hubieran evaporado.
En realidad sólo se mudaron de cuidad y tras otro costoso jareo legal se cambiaron el nombre y empezaron de cero en otra cuidad vecina, pero Kozlov era demasiado cuadrado para pensar en una salida así.
***
-Últimas noticias… interrumpimos sus actividades respetuosamente para emitir un comunicado…- Se interrumpió la música en la mente de Mr. Kozlov con la voz de la presentadora del noticiario matutino local. Visiblemente molesto, siguió corriendo al trabajo, ya estaba a punto de llegar.
–En la mañana del lunes se perpetuó un violento asesinato en el centro de la cuidad. Los restos irreconocibles de una pareja de jóvenes se encontraron esta mañana flotando en la corriente del sistema emisor oriente. Se cree que fue un crimen pasional, pero prevenimos a nuestros escuchas a que cierren bien sus casas y se mantengan alerta… gracias por su atención y que tengan un lindo día.- La música se reanudó y Kozlov al fin llegó a su oficina, con su traje importado hecho una sopa.
***
Las oficinas de Enamorados Anónimos eran lo último en tecnología. Un edificio que derrochaba modernidad en cada esquina. Una torre perfectamente circular de 26 pisos inmaculadamente enmarcados por vidrios reflejantes. A la entrada unos arbustos sembrados a modo que, visto desde el techo, se veían las iniciales E.A. a la entrada.
Kozlov llegó jadeante a la entrada de la oficina e intentó disimular al saludar al par de guardias que custodiaban la entrada.
-Buenos… días- les dijo mientras se abrochaba bien el saco intentando guardar compostura.
-Buenos días- dijeron al unísono, casi como si se hubieran puesto de acuerdo.
Entró por la puerta giratoria, dejando un pequeño charco a la entrada y se paró encima de un pequeño pedestal cubierto con hule espuma. Del techo bajó una cánula enorme que descendió cubriéndolo por completo. Luego se encendió un motor que lo secó completamente con aire caliente. La sensación era increíble –él mismo mandó a poner ese dispositivo durante la cruda temporada de lluvias que había devorado la mitad baja de la ciudad a penas 2 años antes- aunque su barba quedó cómicamente esponjada y la tuvo que volver a acomodar con un peine que tenía en su bolsillo.
Tomó el ascensor a su oficina, que estaba en el quinto piso. Mientras la suave música de su terminal seguía sonando.
-Terrible lo del noticiario, ¿No?.... ¿Quién habría hecho tal cosa?...-Lo interrumpió Alomar, una de sus empleadas. Se tomaba mucha confianza y a pesar de que no tenía ningún puesto importante, siempre lo trataba de igual. No es que no hiciera su trabajo o que le faltara al respeto, pero eso siempre lo puso algo nervioso.
-Cierto, ¡Qué clase de maniaco!...-Le respondió sinceramente indignado, mientras apagaba la música de su cabeza.
-¡Ay, no sé!... Me muero si me topo con un criminal de esa calaña- cruzó los brazos y lo volteó a ver a los ojos. Se le daba bien eso de coquetear con los superiores y más cuanto más superiores fueran. Lo que fuera por un aumento.
Kozlov se hizo el disimulado. A pesar de que ella no estaba de mal ver, ni toda la sensualidad que desbordaban sus pronunciadas curvas –a penas cubiertas por la ropa más provocativa que se puede usar en una oficina-, él nunca sintió más por ella que lástima.
Finalmente se bajó y se encerró en su oficina para revisar su itinerario. No había mucho que hacer, sólo dar la plática de bienvenida para nuevos ingresos en la Staja número 84F, al filo del medio día. El sol apenas se asomaba por el horizonte mientras seguía una leve llovizna del otro lado de la ventana de pared completa de su oficina.
Nuevamente se sumió en sus recuerdos. 10 años más tarde, en plena crisis, tuvo una idea que no sólo le salvó el pellejo a él si no que lo llevo hasta la silla reclinable forrada en terciopelo vino, donde se sentaba en esos momentos. En una cierta reunión –y un poco pasado de copas- platicó muy seriamente con Marcus, su mejor amigo y socio preferente. Desahogó sus penas con él como solía hacerlo desde la adolescencia. Ambos eran psiquiatras y entre broma y broma juraron ponerle la camisa de fuerza al otro en caso de ser necesario.
-Marcus, esto está matándome… Si tan sólo supiera que pasó con esa mujer…- le dijo arrastrando las sílabas mientras bebía el vigésimo trago de la noche.
-¡Ya, hombre, a todos nos tienes hartos con la misma historia!, llevas una década lamentándote…- Marcus le dio una palmada amistosa en el hombro a Kozlov, intentando hablar fuerte para hacerse oír entre la delirante música del ambiente.
-¡Ya lo sé!... pero daría media vida por volverla a ver… y la otra mitad para poderla olvidar- le replicó ahogando la última frase en un sollozo y escondiendo la cara entre los antebrazos, recargado en la barra.
-Desde que te dejó te has vuelto un poeta loco y enfermizo… ya deberías olvidarla, son sinapsis mentales… no debería ser tan difícil…- Encendió un cigarrillo y ambos quedaron en silencio.
Efectivamente, aún con la mente llena de vapores de alcohol, Kozlov tuvo la idea de su vida. Romper esas sinapsis mentales. Encontrar algún químico que “limara” esas asperezas de la mente. Él, Marcus y un amigo en común llamado Zenner le apostaron al proyecto y tras 2 años de ardua investigación dieron con la piedra filosofal de los que han dejado de amar o ser amados: el olvido.
-El resignotol, colegas… hemos encontrado la cura perfecta para el subconsciente- Contestó Zenner con su potente voz, abriendo la conferencia donde presentaban su proyecto a la Comunidad de Médicos por la Salud y el Desarrollo Mental.
El quórum los miró atentamente y en silencio. Habían escuchado por rumores que ese trío estaba trabajando con la “pastilla del olvido” varios años atrás y la mayoría se carcajeó ante la idea del proyecto. Pero esa mañana lo tenían materializado ante sus ojos.
-¿Cuántos de ustedes no han vivido una decepción?- Kozlov hizo la pregunta en general mientras empezaba la presentación holográfica.
-¿Para qué vivir siempre con el constante recuerdo de aquél trauma, si ahora podemos suprimirlo?... No terapia de aversión, ni electroshocks, ni terapias con insulina, nada de los métodos anticuados del milenio pasado… Nada de las tardadas horas de terapia, con sus riesgos de recaídas. Uno sólo debe traer a la memoria el suceso a olvidar, por última vez, y tomarse esa pastilla. Listo… no más traumas- dijo Kozlov mientras la molécula de la sustancia activa se desplegaba en tres dimensiones en el escenario.
Marcus explicó los detalles técnicos con detalle asombroso y dejó a la mayoría convencido del funcionamiento de la nueva droga.
-Pero… ¿Por qué tomarían nuestras palabras como dogma de fe?...-carcajada general, todas las religiones habían sido fuertemente perseguidas por más de cincuenta años- Veamos como actúa con nuestros propios ojos… -concluyó Marcus acariciando su incipiente barba en actitud sumamente arrogante.
La presentación holográfica terminó y un reflector iluminó la parte de atrás del escenario, donde 2 enfermeras escoltaban a un paciente a penas cubierto con una bata de hospital. Tenía la cabeza rapada y daba la impresión de no haber dormido en varios días por las pronunciadas ojeras y el tic que tenía en las manos. Subieron al escenario y se hizo el silencio total en las gradas.
-He aquí al paciente... –dijo Zenner al público -¿Cómo te llamas, hijo?- murmuró al chico que a penas se podía mantener en pie por si mismo.
-Till… me llamo Till- contestó en un hilo de voz.
-Till sufrió un accidente horrible, en el que falleció toda su familia. Su padre, su madre y su única hermana quedaron reducidos a cenizas porque este zoquete olvidó cerrar bien la puerta del reactor de su casa. Por poco y no la libra este desgraciado. Los médicos tuvieron que hacer milagros para reconstruirlo luego de que el 90% de su cuerpo quedó horriblemente quemado por la radiación. Evidentemente, está traumado y desde entonces no puede acercarse a su casa- El público comenzó a murmurar.
El chico se tiró al piso a llorar desconsoladamente y por la bata se asomó su espalda, visiblemente llena de cicatrices.
-La ciencia ha hecho todo por aliviarle el dolor físico. Nosotros le pondremos fin a su sufrimiento psicológico- Zenner extendió los brazos con magnificencia para darle más ostentosidad a sus actos.
-La pastilla, Kozlov… hágame el favor.
Kozlov se levantó de su silla con el frasco en la mano. Una de las enfermeras le pasó un vaso de agua.
-Ten hijo, te hará sentir mejor- le dio el vaso y la pastilla al chico, quien se puso de pie y tomó una de las pastillas, se la puso en la lengua y bebió toda el agua.
Todos se quedaron en silencio, a la expectativa. El chico comenzó a temblar y agarrarse el estómago. Cayó de rodillas y comenzó a vomitar. El público no paraba de murmurar y algunos comenzaron a gritar injurias contra los 3.
-¡Tranquilos!... es un ligero efecto secundario… - los calmó Zenner con su voz de trueno.
Cuando el chico paró de volver el estómago le ayudaron a incorporarse y alzó la cabeza. Se le veía muy distinto el porte.
-¿Y bien… cómo te sientes ahora?- preguntó Kozlov al chico
-Mejor, señor…  - respondió en un tono de voz que pudieron escuchar en lo alto de las gradas. Hasta esbozó una ligera sonrisa.
El público se dividió. Algunos incrédulos pensaban que todo estaba planeado y otros estaban sinceramente asombrados por la efectividad del medicamento. Pero nadie fue indiferente a lo que habían visto en ese momento.
Eventualmente el Resignotol probó ser muy efectivo en el tratamiento de pacientes con ciertos tipos de traumas y los 3 socios abrieron la “KZM Pharmaceutics Company” con la que se hicieron bastante ricos en muy poco tiempo. No sólo con el Resignotol, si no que las investigaciones siguieron y desarrollaron nuevas drogas: embotellaron la alegría, hicieron pomadas que curaban las fobias y muchas cosas más. Pero sin dudas lo más polémico fue embotellar juntas las sustancias exactas que provocan el enamoramiento. Fue el pico de su carrera.
Las botellas de enamoramiento se vendían por miles, casi equiparándose a las ventas de alcohol en los centros nocturnos. Sólo debías darle un trago y sentir una desenfrenada y desinhibida atracción a cualquier persona que se pusiera en frente. Literalmente cualquiera. Era muy común que fiestas donde se consumía enamoramiento acabaran en orgías masivas donde nadie estaba tan seguro de sus preferencias. Claro que siempre hubo desadaptados sociales que olvidaban que los efectos del enamoramiento debían acabar la misma noche en la que eran sentidos y fue precisamente por esto que surgió la polémica. Gente que se “enamoraba” de una sola persona y quería que el efecto le durara para siempre, se la pasaba consumiendo una botella tras otra para que no se pasara el efecto y se enfocaban a una sola persona.
Tras una fuertísima demanda por parte de muchas organizaciones por los derechos humanos, llegaron a una maquiavélica solución: en vez de dejar de producir la sustancia del enamoramiento, llegaron al acuerdo de ofrecer rehabilitación –evidentemente no gratuita- a los adictos que ellos mismos generaron en un negocio redondo que convirtió a Marcus, Zenner y Kozlov en los hombres más ricos del país. En resumen, así es como surgieron los grupos de Enamorados Anónimos.
Kozlov miró al amanecer desde la ventana y tomó su pastilla de Resignotol diaria. Nunca lograba olvidar del todo a Isolda, pero al menos podía alejarla un poco de su mente y dejar de fingir que todo iba bien por algunos momentos.

martes, 17 de agosto de 2010

EA XII: Y después… muerte

A pesar de la cama que me había cedido amablemente Sir Durrenmatt, no pude dormir en toda la noche. Me ardían las llagas –provocadas por el sol del desierto y la intemperie- en todo mi cuerpo y no podía alejar esas imágenes tan horrorosas de mi mente. Abría los ojos y se disipaban dejando sólo el dolor físico. Los cerraba y comenzaba la misma pesadilla de siempre, pero ahora mezclada con nuevos recuerdos. La escena se seguía repitiendo y mis sentidos se embebían con aquella escena, ahora corrompida.

-¿Qué harías si te robo un beso?-Le pregunté a mi amada mientras jugueteaba con sus sedosos cabellos.
-Hay cosas que no se piden, solo se toman…- Recuerdo que me respondió eso con los ojos cerrados; como preparándose para un beso.

Acto seguido me inclino y nuestros labios se rozan. Un silbido muy agudo y penetrante rasga el romance del momento. Un hombre chacal –en la comodidad de su recámara- le había clavado la guadaña en la espalda. Mancha de sangre todo el lugar. Me ensucio con la sangre de la persona que más amo…

-No es cierto, eso no pasó así… ya me harté de que vivas en la negación.- Volví a escuchar su voz.
-Bueno, no recuerdo con todo detalle, pero algo así pasó- Le contesté en voz baja
-¡¿CÓMO PUEDES VIVIR CON UNA MUERTE EN TU CONCIENCIA!?... ¿CUÁNTO TIEMPO MÁS PRETENDES SEGUIR HUYENDO?...- Me gritó como nunca lo había hecho.

Mi corazón se detuvo por una fracción de segundo. Abrí los ojos como nunca lo había hecho antes intentando arrancarle una respuesta a mis memorias olvidadas en la inescrutable oscuridad. Se apoderó de mí una zozobra inimaginable; nunca había matado a nadie en el sentido literal de la palabra, pero ¿Pudiera ser que lo hubiera obligado a propósito?

-¡CLARO QUE NO!... ¡YO NUNCA HE SESGADO UNA VIDA!... ¿¡CÓMO PUEDES DECIR ESO!?-grité sin pudor alguno. Despertando a todos en la habitación.
-Hazle como quieras. Yo intenté de todo corazón ayudarte, pero si vas a seguir viendo sólo lo que tú quieres ver y oyendo sólo lo que quieres oír yo no puedo hacer nada… Ahí nos vemos…
-¡NO… POR FAVOR NO ME DEJES!- me levanté de la cama y me puse de rodillas, como si sirviera de algo…
-NO DIGAS ESO… ¡ESO ME ASUSTA!... OLVÍDATE DE MI POR AHORA…- se podía escuchar mucha desesperación en su “voz”.

Esas palabras me pegaron más que todo el maltrato que sufí en el desierto. Sentí como si aquél cuchillo que le había enterrado a la bestia unas horas antes me lo hubiera clavado directo en el pecho. La intranquilidad fue cada vez mayor y comencé a llorar en silencio y con los ojos cerrados. Demasiadas cosas me habían pasado en muy poco tiempo y en un solo instante me di cuenta de lo desamparado que estaba: sin saber a donde estaba ni qué podía hacer para volver a casa. Era el peor momento de indecisión por el que había pasado hasta el momento. ¿Qué era lo que me había querido decir?... ¿La volvería a “ver” o “escuchar” alguna otra vez?... ¿Y si todo era producto de una alucinación?... ¿Y si éramos ambos los que estábamos en una especie de limbo?... Muchas preguntas y ni una sola respuesta. Hubiera preferido ser devorado por los buitres cuando tuvieron oportunidad de hacerlo. O los licanos, se hubieran dado un festín con mis huesos.

Sentí la mano de Aldous sobre mi hombro. Abrí los ojos inflamados y adoloridos de tanto llorar y noté que el sol estaba despuntando en el horizonte. Afortunadamente el breve momento de locura había terminado, pero la incertidumbre me agarraba el corazón como una mano invisible que quisiera arrancármelo por la reseca garganta. No pude articular palabra y sólo pude observar los ojos de mi benefactor, de rodillas, como queriendo encontrar sosiego.

-¿Estás bien, muchacho?... Anoche gritabas… debió ser un mal sueño solamente- Me dijo en una voz que tenía, para mi gusto, el tono más tranquilizante que había escuchado.
-Sí… eso debió ser- Frotándome los ojos, intentando disimular la inflamación.
-En fin... te esperamos abajo, mi esposa ya debería tener el desayuno… come algo y después hablamos…

En efecto, cuando me aliñé un poco –no podía hacer mucho más que lavarme la cara con el agua que había en un barril de agua de la habitación- para bajar los aromas de un rico guisado que no logré identificar embelesaban el ambiente.

La señora de la casa me indicó mi asiento, a lado de un joven como de mi edad. Alto y bien formado; las facciones idénticas a las de Sir Durrenmatt enmarcadas en una maraña de cabellos dorados que le cubrían la frente.

-Te presentamos a nuestro hijo, Mark- dijo amablemente su madre.
-Mucho gusto- respondió el muchacho extendiéndome una mano algo más grande y nudosa que la mía.

Ella sirvió los platos e hicieron una oración por los alimentos. Cerré los ojos en señal de respeto aunque el pedazo de carne asada con verduras en frente de mi hacía que mi estómago se contrajera violentamente. Afortunadamente no fue tan largo el sermón. La carne tenía una forma y color que nunca había visto. Más roja de lo normal; aunque estaba bien cocinada daba la impresión de estar totalmente cruda.

-Carne de licano… es muy buena- dijo Mark mientras cortaba un pedazo, como para darme confianza- sobre todo cuando tienes hambre…
-Me preocupa un poco tu mente, hijo… -me dijo Sir Durrenmatt mientras me palmeaba la espalda- has visto cosas para las que definitivamente nadie está preparado… a nosotros también nos pasó a un principio, cuando llegamos aquí…

Se hizo un silencio incómodo, como quien hubiera soltado una obscenidad en plena reunión familiar. Mark bajó notablemente la cabeza, como si lo hubieran reprendido.

-Pero estoy segura que se adaptará… -cortó su esposa el silencio y continuamos comiendo tranquilamente.
-No es eso, Dora…-agregó el señor amablemente- yo creo que necesita algo de aire libre… algo de ejercicio para entretenerse. No le caería mal unirse a las fuerzas armadas junto con nuestro hijo… ¿Qué dices, hombre?...-Me volteó a ver esperando una afirmativa.
-No estaría mal…-Intenté decirlo sin mucha indiferencia, ahora todo me daba igual.
-Tienes talento con esas cosas, no lo desperdicies- Me dijo Mark mientras hacía la mueca de apuñalar su propia pierna con el cuchillo de mesa.

Esa misma tarde fui a la oficina de reclutamiento. Me raparon y a pesar de las heridas múltiples de mi cuerpo, comencé con el arduo ejercicio en cuanto recibí mi uniforme. La primera tarde corrimos hasta el anochecer. En las barracas el maullar de un gato a la luna no me dejo dormir en toda la noche. De todas formas tenía demasiadas cosas en qué pensar…