miércoles, 2 de abril de 2014

EA XVII: Coincidencias

El Dr. Reiniger despertó muy temprano aquella mañana para poder realizar su rutina de ejercicios como todos los días, antes de atender sus obligaciones diarias. Aunque la diferencia de ese día era precisamente que lo que tendría que hacer algunas horas después no tendría nada de ordinario ni de rutina. Intranquilo y sigioloso para que su esposa no despertara prematuramente, se puso unos pantalones cortos y una playera sin mangas, se amarró los tennis y salió al parque más cercano.
Seis de la mañana exactamente y comenzaba con sus ejercicios de calentamiento mientras pensaba en que probablemente sería el reto más grande de su vida, no sólo por su dificultad, si no porque el prestigio y quizá la libertad de él y de sus grandes amigos estarían en sus manos.

     -Esta mañana, en radio 66.6, les presentamos los éxitos de hoy y de siempre, estaremos con usted hasta la una de la tarde...- encendió el radio en su dispositivo neural para acompañar su caminata y despejar un poco su mente. Daría unas cuantas vueltas al parque y regresaría para preparar el desayuno para él y toda su familia, como siempre lo hacía.

Una vuelta. Se sentía bien y hasta un poco motivado a realizar la cirugía de su vida: reparar los tejidos cerebrales de un paciente en coma con sectores saludables de otro paciente que llevaba casi 48 horas muerto. Dos vueltas. Sería difícil pero no imposible: no había pasado casi la mitad de su vida estudiando y realizando complicadas simulaciones en realidades virtuales que lo prepararon para ese momento. Tres vueltas. ¿Sería el hambre o el temor lo que gruñían en su estómago?. Última vuelta: la música rítmica y alegre le ayudarían a completar el circuito final.

Se sentó en una banca a lado de unos matorrales para secarse el sudor de la frente con la playera. En ese momento se lamentó profundamente haber olvidado su botella de agua, así que cerró los ojos y respiró hondo para calmar su ritmo cardíaco y poder volver tranquilamente a casa, cuando escuchó ruido entre las plantas a unos centímetros de él a pesar de tener la interfaz neural encendida: la apagó.

     -¿Quién anda ahí?- Inquirió mientras volteaba a todas partes de donde pudo haber salido el ruido.

Nadie contestó, debió ser su imaginación, así que se levantó a estirar sus muslos en el respaldo de la banca. Sintió una punzada en el cuello y volteó.

     -Shhh... Voltéate, voltéate... ¿Qué aprecias más?, ¿Tu vida o tus pertenencias?- Le preguntó con toda la tranquilidad una voz ronca y rasposa. Estaba siendo víctima de un asalto, a punta de cuchillo.

Nunca se había encontrado en una situación tan vulnerable. Su corazón latía al mil y millones de ideas inundaron su cerebro en un segundo. Tenía un plan: voltearse, dejar sus cosas y contraatacar en cuanto el criminal bajara su arma.

     -Está bien, está bien... voy a sacar todo de mis bolsillos y lo voy a dejar sobre la banca...- Le contestó mientras alzaba los brazos en señal de rendición.
     -Así me gustan... sumisos y obedientes...- Le replicó en tono de burla.

Reiniger vació sus bolsillos y se dio la vuelta. El asaltante no pareció importarle que lo viera, ya que llevaba un pasamontañas, aunque llevaba los brazos cubiertos de tatuajes con los que podría ser identificado. Reiniger sabía que era su oportunidad cuando el delincuente le dio la espalda, así que en cuanto separó las piernas para correr, le dio la patada más fuerte que pudo en la entrepierna y lo dejó en el suelo, retorciéndose de dolor.

     -Así me gustan a mi... chillones...- Le devolvió la burla y se agachó: iba a propinarle una paliza y recuperar sus cosas.

En eso, el delincuente pensó rápido y se aprovechó de algo que el médico no vio: jamás soltó el cuchillo y con un movimiento rápido hundió el cuchillo en el abdomen, haciendo un corte profundo y horizontal, tiró su arma al suelo, se apoyó en él y salió volando de la escena.

Reiniger cayó al suelo, momentáneamente en shock ante la sorpresa y al caer al suelo una oleada de dolor enceguecedor le empañó la vista. Gritó todo lo fuerte que pudo y luego ya no pudo ni respirar ante la agonía del mar de sangre que se le escapaba por la herida.

Apretando los dientes de dolor intentó tapar su herida con la palma de su mano derecha e intentar llamar a alguien con su interfaz neural, cuando sus ojos llorosos vieron algo que lo reconfortó: alguien se acercaba hacia él. Probablemente aquél hombre que se acercaba -también con el rostro cubierto con un pasamontañas, pero definitivamente otro distinto a su agresor- podría ayudarlo a sobrevivir.

Aquél hombre se arrodilló ante él, pero en vez de socorrerlo de inmediato, primero se sacó el pasamontañas de golpe y luego se arrodilló ante él.

    -No te mueras, no te mueras...- Intentó detener la hemorragia con unos dedos enfundados en guantes negros de piel.
     -Tú...- le contestó con extrema dificultad y una voz que se quebraba ante el dolor y el terror.
     -¡No, tú!... Sé muy bien lo que hiciste... ¡No te puedes morir, malnacido!... No sin que sea a mi modo- Aquél hombre desenfundó una pistola con silenciador de la sobaquera bajo su brazo izquierdo y la empuñó contra su frente con manos temblorosas.

Habían pasado tanto tiempo que pensó que ya lo había olvidado y quizás perdonado, pero ahora ya nada de eso importaba. Iba a morir en la víspera de la operación más importante que pudo haber realizado y lo sabía, no había nada que hacer cuando jalara del gatillo. Cerró los ojos y tensó todos los músculos de la cara ante el inminente final.

Y efectivamente, jaló del gatillo, pero en vez de una detonación seca y ahogada lo único que escuchó fue un chasquido.

     -¡Me cago en la puta!- Exclamó con rabia su agresor. Un grito que bien se pudo haber escuchado hasta el fin del mundo.

Frenéticamente intentó desarmar el arma para desatascarla y en su desesperado afán no se dio cuenta cuando una patrulla se aparcó justo a lado de él, en la orilla del parque.

     -¡Quieto!... ¡Tira esa arma!- Le gritó un agente mientras salía del vehículo.
     -Yo no... yo sólo los vi... -respondió aquél sujeto con voz temblorosa, soltando el arma y poniendo las manos en alto en señal de rendición- Está atascada...
     -Él... él fue...- replicó Reiniger con su último hilo de voz y cerró los ojos.
     -Maldito...
   


***






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